MUJERES EN LA BIBLIA
Manuel Suárez González
TAMAR: VIUDA DISFRAZADA DE RAMERA.
"Acuérdate de los huérfanos y viudas".
Judá se olvidó de este precepto. Vivía despistado, preocupado de sus rebaños, absorto en sus sueños de gusano. No reparó en la doble ofensa que infligía a su nuera.
Ella languidecía como viuda mal resignada. Había tenido muy mala suerte. Casada dos veces; los maridos eran hermanos; estéril el uno; y el otro eyaculaba fuera para no fecundar. Este último, Onán, tuvo la fortuna, sin saberlo, de pasar a la historia, al denominar con su nombre el método anticonceptivo que nunca falla, el onanismo. (No obstante, hay normas religiosas que condenan esta práctica, aunque la ejerza un matrimonio que tenga ya cinco o más hijos).
¡Cuántos desvelos en los que su útero se abría inútilmente! ¡Cuántos sueños rotos, al comprobar que la edad de fecundar llegaba a su fin!. Cuánto odio contenido contra un suegro que no cumplía la ley del levirato: darla en matrimonio a otros hijos para tener descendencia.
Judá la olvidó; cual corresponde al que manda, que es pasar por la vida prometiendo mucho, y dando poco o nada.
Judá cayó en su propia trampa. Tamar le tejió una red infalible: seducirle, halagando su virilidad. Y el pez picó. Se fue a yacer con ella. Satisfecho y pedantón le regaló su propio bastón de mando, inequívoco documento de identidad para la época. Quedó con el culo al aire.
Tamar, embarazada, corrió el riesgo de ser condenada a la hoguera. Cuando avisaron a Judá que su nuera había fornicado, y había quedado encinta a consecuencia de ello, dijo: sacadla y que sea quemada.
Al final, Judá reconoció su pecado y, mal que bien, deshizo el entuerto. Esta lección podrían aprenderle cuantos queman con ácido la cara de las mujeres, las envían a la hoguera o las lapidan, porque dicen que han fornicado.
Tamar ha tenido el honor de ser una de las cuatro mujeres antepasadas de Jesús (junto con Rajab, Rut, y Bersabé), según consta en la genealogía del evangelio de san Mateo (1,1 y ss).
Texto bíblico:Génesis 38.
Por aquel tiempo basó Judá de donde sus hermanos para dirigirse a cierto individuo de Adul-lam llamado Jirá. Allí conoció a la hija de un cananeo llamado Sua y tomándola por esposa se llegó a ella; ella concibió y dio a luz un hijo, al que llamó Er. Volvió a concebir y dio a luz otro hijo, al que llamó Onán. Nuevamente dio a luz otro hijo al que llamó Sela. Ella se encontraba en Akzib al darle a luz.
Judá tomó para su primogénito Er a una mujer llamada Tamar. Er, el primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yahvéh, y Yahvéh le hizo morir. Entonces Judá dijo a Onán:
-Cásate con la mujer de tu hermano y cumple como cuñado con ella, procurando descendencia a tu hermano.
Onán sabía que aquella descendencia no sería suya, y así, si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando dar descendencia su hermano.Pareció mal a Yahvéh lo que hacía y le hizo morir también a él. Entonces dijo Judá a su nuera Tamar:
-Quédate como viuda en casa de tu padre hasta que crezca mi hijo Sela.
Pues se decía" Por si acaso muere también él, lo mismo que sus hermanos". Tamar se fue y quedó en casa de su padre. Pasaron muchos días, y murió la hija de Sua, la mujer de Judá. Aliviado Judá del luto, subió a Timná para el trasquileo de su rebaño, junto con Jirá su compañero adulamita. Se lo notificaron a Tamar:
- Oye, tu suegro sube a Timná para el trasquileo de su rebaño.
Entonces ella se quitó de encima sus ropas de viuda y se cubrió con un velo, y bien disfrazada se sentó en Petaj-Enayim, que está a la vera del camino de Timná. Veía, en efecto, que Sela había crecido, pero que ella no le era dada por mujer.
Judá la vio y la tomó por una ramera, porque se había tapado el rostro, y desviándose hacia ella dijo:
-Déjame ir contigo
Pues no la reconoció como nuera. Dijo ella:
- ¿Y qué me das por venir conmigo?
-Te mandaré un cabrito de mi rebaño.
-Si me das prenda hasta que me lo mandes...
-Qué prenda he de darte?
-Tu sello, tu cordón y el bastón que tienes en la mano.
El se lo dio y se unió a ella, la cual quedó encinta de él. Entonces se marchó ella y, quitándose el velo, se vistió sus ropas de viuda.
Judá, por su parte, envió el cabrito por mediación de su compañero el adulamita, para rescatar la prenda de manos de la mujer, pero éste no la encontró.Preguntó a los del lugar:
¿Dónde está la ramera aquella que había en Enayim, a la vera del camino?
- Ahí no ha habido ninguna ramera- dijeron.
Entonces él se volvió donde Judá y dijo:
-No la he encontrado; y los mismo lugareños me han dicho que allí no ha habido ninguna ramera.
-Pues que se quede con él- dijo Judá- que nadie se burle de nosotros. Ya ves cómo he enviado ese cabrito, y tú no la has encontrado.
Ahora bien, como a los tres meses aproximadamente, Judá recibió este aviso:
- Tu nuera Tamar ha fornicado, y lo que es más, ha quedado encinta a consecuencia de ello.
Dijo Judá:
-Sacadla y que sea quemada.
Pero cuando ya la sacaban, envió ella un recado a su suegro:
-Del hombre a quien esto pertenece estoy encinta- y añadía- examina, por favor, de quién es este sello, este cordón y este bastón.
Judá lo reconoció y dijo:
-Ella tiene más razón que yo, porque la verdad es que no le he dado por mujer a mi hijo Selá.
Y nunca más volvió a tener trato con ella.
Al tiempo del parto resultó que tenía dos mellizos en el vientre, Y ocurrió que, durante el parto,uno de ellos sacó la mano, y la partera le agarró y le ató una cinta escarlata a la mano, diciendo:
-este ha salido primero.
Pero entonces retiró la mano, y fue su hermano el que salió. Ella dijo:
- ¡Cómo te has abierto brecha!
y le llamó Peres. Detrás salió su hermano, que llevaba en la mano la cinta escarlata, y le llamó Zéraj.
Tiempo más tarde sucedió que la mujer de Putifar se fijó en José y le dijo: `Acuéstat D.e conmigo`(Gén. 39,7).
Deseo desgarrado, que sale de los axiones del alma, de lo más profundo del ser. Lamento que se convierte en grito incontenible. Acero candente que desgarra las raíces del útero.
Noches de deseo y sexo soñado que quemaban, sin consumir, las entrañas; mientras un seboso, gordo y fofo roncaba a su oreja.
¿Acaso ella era acreedora de culpa alguna? Su alma y su mirada devoraban aquel joven hebreo, guapo y trabajador.
¡No obedeceré a un eunuco!!No! Y el eco quedaba prendido en el aliento.
¡Acuéstate conmigo!
¿La mujer debe aguardar a que se decida el hombre?
Para esta mujer no había tiempo de espera. Veinte o más años, desvelada, con la mirada perdida en el techo sin luz, con el sueño errático, reptante, como el apetito, son muchos años.
Estaba dispuesta a renunciar a los honores de este mundo, a cambio de un orgasmo con-sentido.
¡Acuéstate conmigo!
Te lo ruego. Te lo pido. Te lo exijo. Ten compasión. Consiente conmigo. No te traicionaré. Moriremos juntos ¿Cómo eres capaz de aceptar un precepto tan antinatural?¿Por qué no compartes conmigo
la desobediencia a una ley tan injusta, como es la de guardar fidelidad a un incapaz? ¿No ves que estoy obligada a soportar la baba, la impotencia y el deseo abortado de un eunuco; buena persona, sí, pero tarado?.
¡Acuéstate conmigo!
Grito de rebeldía contra la dictadura sexual, contra el poder fálico. ¿Quién es capaz de ser fiel a un eunuco, un loco, un borracho, un animal?
¡Acuéstate conmigo!
Bandera de libertad sexual.
-¿Por qué tienes miedo? ¿No te fías? . Le repetía cada mañana, cuando le encontraba por las dependencias del palacio.
La mujer de Putifar (nos sabemos su nombre) se equivocó. Su poder seductor resultó vano e inútil. Ella era una mujer principal y rica. José era un esclavo, y un esclavo no puede ser valiente, porque no es libre.
Desesperada e impotente hizo lo que nunca había pensado: traicionar con la calumnia- arma sutil e incruenta-.En la historia hubo también acoso sexual por parte de mujeres importantes (en infinita menor cantidad que el acoso de los hombres).
La mujer de Putifar no encontró otra alternativa.
Se quedó con el olor y el manto de José en la mano; y con la frustración y el desencanto en el alma. Decidida llegó hasta el final. Sin valor para arrostrar el suicidio, mató su propia identidad con la calumnia.
José, años más tarde, hombre sabio y primer ministro de Egipto, quizás le concedió una audiencia, y la perdonó.
(GÉNESIS C. 39 VV. 1-20)
José fue bajado a Egipto, y le compró un egipcio, Putifar, eunuco de Faraón y jefe de los guardias; le compró a los ismaelitas que le habían bajado allá. Yahvéh asistió a José, que llegó a ser un hombre afortunado, mientras estaba en la casa de su señor egipcio. Este echó de ver que Yahvé estaba con él y que Yahvéh hacía prosperar todas sus empresas. José se ganó su favor y entró a su servicio, y su señor le puso al frente de su casa y todo cuanto tenía se lo confió. Desde entonces le encargó de toda su casa y de todo lo que tenía, y Yahvéh bendijo la casa del egipcio en atención a José, extendiéndose la bendición de Yahvéh a todo cuento tenía en casa y en el campo. El mismo dejó todo lo suyo en manos de José y, con él, yo no se ocupó personalmente de nada más que del pan que comía. José era apuesto y de buena presencia.
Tiempo más tarde sucedió que la mujer de su señor se fijó en José y le dijo:
- Acuéstate conmigo.
Pero el rehusó y dijo a la mujer de su señor:
- He aquí que mi señor no me controla nada de lo que hay en su casa y todo cuanto tiene me lo ha confiado. ¿No es mayor que yo en esta casa? Y sin embargo, no me ha vedado absolutamente nada más que ti misma, por cuanto eres su mujer.¿Cómo entonces voy a hacer este mal tan grande, pecando contra Dios?
Ella insistía en hablar a José día tras día, pero él no accedió a acostarse y estar con ella.
Hasta que cierto día entró él en la casa para hacer su trabajo y coincidió que no había ninguno de la casa allí dentro. Entonces ella le asió de la ropa diciéndole:
- Acuéstate conmigo.
Pero él, dejándole su ropa en la mano, salió huyendo afuera. Entonces ella, al ver que había dejado la ropa en su mano, huyó también afuera y gritó a los de su casa diciéndoles:
- ! Mirad ¡Nos ha traído un hebreo para que se burle de nosotros. Ha venido a mi para acostarse conmigo, pero yo he gritado, y al oírme levantar la voz y gritar ha dejado su vestido a mi lado y ha salido huyendo afuera.
Ella depositó junto a sí el vestido de José, hasta que vino su señor a la casa, y le repitió esto mismo:
- Ha entrado a mí ese siervo hebreo que tú trajiste, para abusar de mí; pero yo he levantado la voz y he gritado, y entonces ha dejado él su ropa junto a mí y ha huido afuera.
Al oír su señor las palabras que acaba de decirle su mujer
-esto ha hecho conmigo tu siervo- se encolerizó. El señor de José le prendió y le puso en la cárcel, en el sitio donde estaban los detenidos del rey.
SIFRÁ Y PUÁ: LAS PARTERAS SOLIDARIAS CON LOS HEBREOS.
De nuevo dos mujeres, sencillas, de pueblo, burlaron al faraón, el hombre más poderoso de la época. Como siempre sucede, la mujer posee capacidad y fuerza para hacer que la vida siga, pese a las dictaduras y genocidios perpetrados por los dictadores.
Dos mujeres, comadronas tituladas por la experiencia y la piedad con su prójimo, consiguieron que muchos niños hebreos siguieran con vida. No se doblegaron ante una ley inicua y cruel, que ordenaba el exterminio de todo un pueblo, desde la cuna. Como en todas las guerras, a las hembras se les respeta la vida, para que sirvan de esclavas sexuales y amas de casa. Siempre fue así, y así continúa siendo en la actualidad, en muchas zonas del mundo.
Sifrá y Puá nos asombran por su valentía y coraje; una audacia enraizada en lo más profundo de su carne y espíritu. Una energía innata que pusieron en práctica, sin dudas ni vacilaciones.
Con una mentira piadosa y creíble, estas parteras engañaron a los burócratas y esbirros del poder. No se plantearon dilemas morales extraños ni casuísticos, sencillamente apostaron por la compasión y solidaridad humanas, aun con riesgo de perder su vida.
Cuando tantos déspotas y señores de la guerra dedican su vida a encarcelar, perseguir, expulsar, masacrar a gentes inocentes, por la única razón de pertenecer a otra etnia, ¡qué falta nos hace encontrar parteras, como Sifrá y Puá, que hagan posible la continuación de nuevas vidas, con la esperanza de que vencerán a los opresores!
Éxodo 1, 15-22:
El rey de Egipto dio también orden a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifrá, y la otra Puá, diciéndoles: ‘cuando asistáis a las hebreas, observad bien las dos piedras: si es niño, hacedle morir; si es niña, dejadla con vida’. Pero las parteras temían a Dios, y no hicieron lo que leshabía mandado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los niños.Llamó el rey de Egipto a las parteras y les dijo ‘¿por qué habéis hecho esto y dejáis con vida a los niños?’ Respondieron las parteras a Faraón: ´Es que las hebreas no son como las egipcias. Son más robustas, y antes que llegue la partera,ya han dado a luz. ‘Y Dios favoreció a las parteras. Elpueblo se multiplicó y se hizo muy poderoso. Y por haber temido las parteras a Dios,les concedió numerosa prole. Entonces el Faraón dio a todo su pueblo esta orden:‘todo niño nacido de los hebreos lo echaréis al Río; pero a las niñas las dejaréis con vida.’
LA MADRE Y LA HERMANA DE MOISÉS
El escritor bíblico del libro del Éxodo se olvidó de referir los nombres, pero el autor del libro Números nos los reseña: la madre de Moisés se llamaba Yokedeb, hija de Leví, y la hermana de Moisés, María. Esta será protagonista de un grave suceso durante la travesía del desierto, camino de la tierra prometida.