EN RECUERDO ENTRAÑABLE DE
J O S E A N T O N I O N O V O A C U E S T A (R.I.P.)
Será breve, concentrado y emocionado, como tu vida, amigo del alma.
Tenías solo 25 años y 10 meses (n. 25-02-41).
Ilusionado, con las primeras experiencias de tu apasionada vocación de servicio y orientación evangélica. Hacía pocos meses que te habían encargado ser Consiliario del Movimiento Junior de nuestra Diócesis (30-8-66), teniendo como base la parroquia de S. Francisco de Asís en Oviedo, ayudando al inseparable profesor Dn.Oscar de la Roza que, ¡por fín!, había logrado trabajar en una parroquia.
Apenas dos meses antes de aquel fatal accidente en el que, como hostia horneada, el carburante en llamas de tu seminueva y gran moto te abrasó gran parte de tu cuerpo, fuiste a verme a Caleao y, tras larga y animada conversación, me pediste la absolución; te acompañé de vuelta varios Kilómetros: parecía no querer romperse aquella presencia.
Fue larga tu crucifixión en el Hospital; en ella viviste la energía espiritual del sufrimiento que hace crecer nuestros afectos y conserva en ellos el frescor de la eternidad. Pensábamos que la superarías, pero el 29 de Diciembre del -66 entregaste tu espíritu a las manos del Padre, mientras tu cuerpo duerme unido a toda la naturaleza en el cementerio de S. Cristóbal (Avilés), pueblo que te vio nacer, a la espera de su glorificación con todos los que en tu vida amaste.
Dos años y medio de sacerdocio, de esfuerzo entre la pasión de la tierra por construir y la pasión del cielo por ganar, ejercido primeramente durante dos años en las parroquias más altas de Quirós: Salcedo, Bermiego, y Muriellos, que serviste con sacrificio, por muy idílico que se pinte, como lo puede atestiguar tu voluntarioso amigo Cayo, cuando en Semana Santa te acompañó y experimentó en sus pies y posaderas lo duro y solitario de aquellas largas caminatas. El segundo y último nombramiento fue, como ya está dicho el de Consiliario de Junior y Coadjutor en S. Francisco, Oviedo (30-8-66) hasta el fallecimiento. De las actividades y frutos de esta etapa podría dar testimonio tu continuador en la atención pastoral a los peques, el compañero Fuentes.
La comunicación conjunta entre compañeros de curso fue nula durante aquellos primeros años; parecía que estábamos cansados de convivir y necesitados, incluido tu, de liberación personal, con cierta utópica autosuficiencia; solo de forma personal o de pequeños grupos se mantuvo alguna relación. Faltó una premeditada organización que comprometiese una periódica y animosa reunión, por lo cual hay bastante desconocimiento mutuo durante este tiempo.
Retrocediendo en el tiempo volvemos al Seminario. Por simpatía, carácter, aficiones o parecidos fue en él donde hubo mucho tiempo para crear y sostener maravillosas amistades, mientras que con otros muchos simplemente convivíamos, aunque tu tenías una fácil apertura para unos y otros, los que relucían y los menos. Fuimos, ¿verdad, Novoa?, amigos entrañables, máxime desde la adolescencia hasta el final; recreos, paseos, juegos (el frontón era nuestro fuerte), colaboración en los estudios, en los que te significabas con notables y sobresalientes en tu búsqueda como peregrino de la verdad y me ofrecías ayuda con verbo fácil y escritura puntiaguda; hasta aquellos espumosos cafés que preparábamos en tu habitación, cuyos ingredientes te traía periódicamente tu querida mamá Pilar, por la que guardo íntimo afecto y agradecimiento; la estima crecía en mutua supervaloración.
Recuerdo el “Grupo de Jesús Obrero”, que formamos con otros pocos compañeros, con la inclinación de servicio al mundo obrero, haciendo reuniones planificadas de información y estudio reivindicativo y evangélico sobre temas de la Doctrina Social de la Iglesia, que luego nos llevarían a comprometernos en este campo.
Llega el momento de los compromisos fuertes y una duda surge respecto a nuestra fortaleza para superarlos y se reafirma un rechazo al tradicional “status clerical”, aunque convencidos de que nuestra meta era ejercer el sacerdocio al estilo de los nuevos aires del Vaticano II.
Así es cómo, Novoa, fuiste miembro de un grupo que nos ordenamos de Subdiáconos un año más tarde que la mayoría del curso; de Diáconos cuando ellos de Presbíteros en La Felguera 814-3-64), y nosotros en la capilla del Arzobispado el día 28 de Junio del mismo año 1.964, con la imposición de manos del recién llegado Monseñor Enrique Tarancón.
Ahora, en cada reunión de curso, tenemos un recuerdo en nuestra oración por los compañeros fallecidos, siendo tu, Novoa, el primero de los ordenados. De forma especial cuando a primeros de octubre nos juntamos en Covadonga y nos sentimos como aquellos niños que en el año 1.952 teníamos 12 años, y tu, con otros pocos, eras de los más niños aún, con solo 11 años.
Seguimos encariñados con nuestra Madre, La Santina, a la que tu ves y ruegas por tus amigos y compañeros que no te olvidan.
Los años pasan rapidamente y, no tardando, nos encontraremos.
Àngel Solís Alvarez