COVADONGA
 


 

J. R. Alonso Nieda
A continuación transcribimos los artículos con los que nos deleita Ramón Alonso Nieda, publicados la mayoría en "cartas al director" de la Nueva España. Aunque su contenido está ligado a hechos o acontecimientos del momento, por la agudeza valorativa y fina crítica merece la pena  incorporarlos a esta sección para disfrute del lector.
Covadonga
La Basílica por dentro o la piedra herida
En recuerdo de Manuel Alonso Nicolás, mi abuelo, natural de Villaverde, cantero de Covadonga, de los que en el último cuarto del s. XIX levantaron la Basílica trabajando de sol a sol y aún les quedaba alegría en el cuerpo para cortexar la tabernera si querían beber buen vino cuando baxaban a la Riera.
Ramón Alonso Nieda
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Sumario
I.- Estado de la cuestión                                     III.- Lo que los ojos ven, documentación gráfica
1: Peor que una chapuza.                                        1: La Basílica por fuera - La dignidad de una abadesa.
2: En carne viva.                                                        2: La Basílica por dentro – Modales de mesonera.
3: estética de sidrería.                                              3: La insoportable levedad del rejunteo.
3: La insoportable levedad del rejunteo.               4: Concluyendo.
5: La cometa lastrada.
6: Materialismo estético.
7: Culturas regresivas.
II.- Confesión de parte o la bujarda del Abad
1: Luces y sombras del Auseva.
2: Al principio estaba el enfoscado.
3: Tres razones para un disparate.
4: Ejecución por etapas.
5: Luminoso objeto del deseo.
6: A modo de posdata.
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II.- Confesión de parte o la bujarda del Abad
1: Luces y sombras del Auseva.
2: Al principio estaba el enfoscado.
3: Tres razones para un disparate.
4: Ejecución por etapas.
5: Luminoso objeto del deseo.
6: A modo de posdata.
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I.- Estado de la cuestión
1: Peor que una chapuza
El título y los epígrafes del sumario ponen en la pista al eventual lector de que se va a abordar en este escrito algo acaecido en la Basílica de Covadonga que pudiera ser lo más parecido a lo que normalmente se entiende por una fechoría. No acaecido en la Basílica como escenario, sino en el propio cuerpo y carne de la Basílica. El diccionario define fechoría como “mala acción”. Sin más, que ya es bastante y hasta puede parecer demasiado. Porque una acción mala nos remite directamente a la conducta. Una fechoría es, pues, algo peor que una simple chapuza, que es “una obra poco importante o mal hecha” por negligencia o falta de pericia. Por desgracia “una mala acción” puede ser al mismo tiempo “una obra mal hecha”. O sea, que la fechoría no excluye la chapuza. Que la obra chapucera sea por definición “poco importante” tampoco garantiza que el efecto no sea realmente desastroso. Esos tres elementos de infortunio coinciden en el caso: sostenemos que el interior de la Basílica ha sido objeto de una fechoría chapucera con resultado estéticamente desastroso.
Convencidos, sin embargo, de que no se actuó de mala fe, aunque sí con ligereza y con criterio mal formado, no anima este escrito ninguna intención vindicativa. Ni siquiera se busca  polémica; solo la discusión necesaria para llegar al acuerdo y encontrar el remedio al daño producido.
2: En carne viva
Fechoría, chapuza, daño; los términos, por más atenuantes que se busquen, no dejan de resultar acusatorios. Reseñemos, pues, sin más preámbulos, los actos que, a nuestro juicio, fundan una imputación que al lector desprevenido le podría resultar chocante. Por iniciativa del entonces Abad del Santuario, D. Emiliano de la Huerga, y con la aprobación del Prelado y del arquitecto del Real Sitio, el Cabildo adoptó el acuerdo  de retirar el enlucido original que revestía el interior de la Basílica. La decisión se ejecutó en tres campañas que se suceden en un corto período de los años 70, y el resultado es el interior que hoy contemplamos, de piedra vista, de aspecto rústico o, más exactamente, híbrido porque los pilares y arquerías, finamente labrados, contrastan lamentablemente con los lienzos de pared que exhiben una superficie irregular y tosca.
El prejuicio que inspiró esa, a nuestro juicio, muy desafortunada intervención es que la superficie de piedra, material noble, es siempre mejor que cualquier enfoscado, considerado material deleznable (“aquella cascarilla de cal y arena” en palabras del Abad). Partiendo de ese a priori, al retirar el enfoscado (vil), para dejar al descubierto la piedra (noble), se entiende que la basílica gana. Lo cual sería verdad si el enfoscado en cuestión fuera una carga advenediza sobre una sillería trabajada para ser vista. Pero ocurre exactamente lo contrario: los paramentos interiores de las paredes de la basílica presentan una superficie tosca e irregular porque fueron pensados para ir recubiertos por el enlucido. El enfoscado era parte del proyecto. Al picar las paredes, queda la Basílica en carne viva como si le hubieran arrancado la piel. Un cuerpo desollado, como esas anatomías de gabinete dieciochesco de historia natural.
Pero para llegar a esta conclusión es necesario abandonar la comodidad y  el prestigio del a priori, su imperialismo no exento de insolencia, para atenerse a la observación empírica, sometiendo el juicio a los datos de la compleja realidad.
3: Estética de sidrería
El prejuicio se veía además confortado por el hábito. Se podía descartar cualquier tipo de reacción crítica por parte de un público que, en un interior a piedra vista, iba a encontrar una confirmación de sus gustos. En efecto, la Basílica nos acoge ahora, después de la operación, en un “ambiente rústico”, como de sidrería o de mesón, tan familiar al visitante astur. Ahí parece estar la clave de que la osada decisión del Cabildo, de picar las paredes, no haya suscitado (a nuestro conocimiento) reacción alguna reprobatoria. Todo el mundo satisfecho con el nuevo efecto de mesón; pueblo y élites rectoras hermanados por una estética de sidrería, tan conforme con los dictados de la moda.
Sin embargo, no podría ser más llamativo el contraste de esa rusticidad con el rango y el destino de un templo basílical.  Contraste que se materializa en unos paramentos interiores desnudos, con irregularidades y huecos en los que a veces casi cabe la mano, o rellenados a lo bruto, a paletada limpia, con cemento; mientras al exterior lucen con nobilísimo porte unos paramentos labrados con exigente perfección para ser vistos, formados por hiladas estrictamente concertadas, de rigurosa sillería, que despliegan en la luz del día los lienzos de una superficie tensa, casi tersa. Se puede observar cómo mínimos desperfectos en los sillares de los contrafuertes o en las columnas y pilastras se remedian con habilísimos injertos de microcantería, que semejan operaciones de cirugía plástica sobre piedra. Aquellos artesanos del siglo XIX nos dejaron allí un muestrario muy completo de los primores que la mano del hombre puede sacar de la piedra, aplicando un utillaje fino y, sobre todo, una paciente maestría.
4: La abadesa y la mesonera
La plasticidad del lenguaje nos permite adaptarnos al interlocutor y al tema, utilizando, según los casos, un registro culto o un registro coloquial o incluso vulgar. Cuando no se respeta esa adecuación a las circunstancias, el resultado será una forma de hablar inapropiada.
Si concebimos la arquitectura como un lenguaje, el proyecto arquitectónico puede ser entendido como un mensaje que ha de ser respetuoso con la función y el público a los que se destina. Pues bien, en la Basílica de Covadonga, con la desafortunada iniciativa de despojarla del enfoscado interior, se ha roto la unidad de discurso. El templo, con sus airosas proporciones y sus canterías exigentemente labradas, nos recibe en el exterior con un lenguaje propio de su rango basilical; nos habla, diríamos, con la elevada distinción que se espera de la dignidad de una abadesa. La rudeza descuidada del interior nos acoge y nos interpela, en cambio, con el desgarro propio de una mesonera. Por suerte, el protagonismo de las columnas, pilastras y arquerías, talladas con esmero, mitiga tan calamitoso efecto al relegar visualmente a un segundo plano los lienzos de pared.
5: La cometa lastrada
En más de una ocasión hemos suscitado el tema con periodistas, con arquitectos, con expertos en restauración del patrimonio, con sacerdotes que se dicen muy vinculados a Covadonga. Sin conseguir  como reacción, hasta la fecha, más que una mezcla de perplejidad y de sorpresa. Alguien que protesta de que hayan picado las paredes para dejar la piedra vista; alguien que, al parecer, pretende que carguen de nuevo las paredes para tapar la piedra. No se debe de encontrar todos los días un ejemplar tan obstinado en remar contra corriente.
Y el tema decae cada vez como una cometa que, retenida por un misterioso lastre, se resistiera a alzar el vuelo. Nadie parece entender que, en Covadonga, al desnudar el interior de la Basílica, se cometió un error análogo al de “ensabanar” el exterior de la iglesia de Abamia. En ambos casos, una fechoría o desafuero de signo contrario (desnudar / revestir) conduce a un mismo resultado estéticamente lamentable.
6: Materialismo estético
El misterioso lastre que retiene la cometa pudiera ser el prejuicio (ya apuntado) que privilegia la materia en detrimento de la forma. Opera aquí un naturalismo implícito que sobrevalora lo que la naturaleza aporta, la materia (en el caso, la piedra), frente a lo que la cultura añade, la forma. Se olvida que es el trabajo el que da forma a la materia. Y el olvido es tanto más grave cuanto que en materia de arte la forma lo es todo. La materia es el soporte, la condición de posibilidad de la emergencia de una forma. Los escolásticos, siguiendo a Aristóteles, definían la materia por sus carencias; la materia no tendría ni quidditas, ni qualitas ni quantitas(neque quid, neque quale, neque quantum). Los tomistas, más aristotélicos en esto que Aristóteles, acababan ese vaciado ontológico afirmando que la materia no tenía ni entidad (neque ens, addunt thomistae). Debería sorprender toparse con este rebrote de materialismo primario allí donde más intempestivo resulta, en cuestiones de plástica, en el ámbito de los efectos visuales donde el efecto es la verdad y no hay que buscar otra. Materialismo más sorprendente si lo protagonizan abades, canónigos y prelados que, como presuntos tomistas, cabría presumir fanáticos de la forma.
Una cosa es no compartir la opción de rematar el acabado recurriendo al enlucido (como se hizo en su momento) y otra, muy distinta, querer remediarlo por las bravas, suprimiendo el enfoscado e imponiéndole a la Basílica la convivencia contra natura de un exterior noble con un interior rústico. Eso implica invertir los términos de la arquitectura religiosa que, al concebir el conjunto como una especie de relicario, supedita el exterior al interior, que ha de albergar lo santo. De donde se sigue que la destrucción del enfoscado original, que rompe el equilibrio estilístico entre el interior y el exterior, no por haber sido bienintencionada deja de ser una agresión que desnaturaliza y mutila la integridad de la obra.
7: Culturas regresivas
Cuando una sociedad se muestra incapaz de conservar y transmitir el patrimonio y lo degrada y mutila con el uso o por abandono, se convierte en lo que historiadores y sociólogos denominan culturas regresivas; fenómeno perfectamente compatible con el desarrollo económico (el dinero es más bien desinhibido). Como aquel  ganadero que, venido a más y habiéndose comprado una casona solariega, se deshizo enseguida del piano (trasto obviamente inútil), ensanchó la puerta de la casa y ya pudo guardar el tractor en el recibidor.
Cuando a partir de los años 60 se impuso la moda de la piedra vista, media Asturias se puso a picar con furia sus paredes, hasta el punto de cambiar en  buena medida la fisonomía de la arquitectura rural. La moda es por definición pasajera, toma el gusto del momento por el mejor y absoluto y confunde el arte con el adorno y la decoración. Sin embargo, de los rectores del Real Sitio (prelados, abades y arquitectos), hay derecho a esperar y a exigir que custodien los bienes de la institución con más perspectiva y vigilante cautela que las que aplican en sus parroquias de aldea algunos curas osados en demasía; afligiría verlos obrar como esos propietarios que, al socaire de la prosperidad, gastaron algunos cuartos en levantarles, con presunción indiscreta, las faldas a sus casas para que todo el mundo pudiera comprobar que estaban hechas con tan buena piedra como las demás.
II.- Confesión de parte o la bujarda del Abad
1: Luces y sombras del Auseva.
2: Al principio estaba el enfoscado.
3: Tres razones para un disparate.
4: Ejecución por etapas.
5: Luminoso objeto del deseo.
6: A modo de posdata.
1: Luces y sombras del Auseva
En el artículo “La Basílica de Covadonga: su origen y estructura”, publicado en 1976 en uno de los últimos números de la revista Luces del Auseva, que editaba el Cabildo, nos da cuenta D.Emiliano de la Huerga, Abad entonces del Santuario, no solo de la autoría sino también del proceso de decisión, de los criterios invocados y de las etapas de ejecución de la destrucción del enlucido interior de la Basílica. El profesor Cayo González, autoridad muy confirmada en todo lo que concierne a Covadonga, puso el texto en nuestras manos.
Se desarrollan los aspectos apuntados en tres párrafos cuyo epígrafe adelanta una desacomplejada toma de posición: “Saneamiento y embellecimiento de la Basílica”. Aparentemente no se duda de que lo que se hizo en los años 70 fue someter a la Basílica a una especie de exitosa cura de embellecimiento. No nos perdamos ni una palabra del Sr. Abad, a fin de estar en condiciones de  darle la razón o de quitársela; o de poner al menos en cuestión algunas de las razones que el Abad avanza. Adelantemos por nuestra parte que el hecho de que multiplique las razones puede entenderse como síntoma de que el propio Abad no las tiene todas consigo; y ello porque o bien, en el fondo, percibe como arriesgada la operación de picar la Basílica, o bien porque el resultado ya a la vista no le acaba de parecer satisfactorio (por más que insista en valorarlo en un tono casi ditirámbico).
2: Al principio estaba el enfoscado
“Los muros y bóvedas del interior de la Basílica han estado hasta ahora revestidos de un lucido o enfoscado de cal y arena con un sencillo estucado sobre un discreto color que remotamente quería remedar la piedra”. Con esta afirmación se abre el texto que comentamos. Los muros han estado hasta ahora revestidos. Y ese pretérito perfecto del revestimiento cubre el interior de la Basílica desde su acabamiento en 1901 hasta el ahora en que el Abad escribe, en 1.976. La redacción del párrafo nos deja la duda de si, en opinión del Abad, es el “sencillo estucado”, el “discreto color”, o el lucido o enfoscado en su conjunto el que solo “remotamente” consigue “remedar la piedra”. Lo que no deja lugar a duda es que el emprendedor  Abad, con esa frase, está  llevando ya el agua a su molino. Si el enfoscado de origen (o alguno de sus elementos) es un remoto remedo de la piedra, qué duda cabe de que, al descubrirla, se recupera el modelo ocultado por la imitación. Estaríamos ante una feliz verificación de que “quien pierde, gana.” ¿Cómo no se dieron cuenta Aparici, el arquitecto, Martínez Vigil, el obispo, o Máximo de la Vega, el Soberano, alma y maestro de la obra? Personas ilustradas, sí; pero del siglo XIX al fin y al cabo. Para listos, los del XX. Como vamos a ver.
Si el enfoscado original pretendiera imitar la piedra, tendría el Abad razón sobrada, pues no lo consigue ni remotamente. Ahora bien, lo que en verdad remedaba el enfoscado no era la piedra sin más, la piedra bruta. El enfoscado reproducía, sobre los paramentos interiores de la Basílica, las proporciones, la textura y el color de las sillerías labradas, tal como lucen en los paramentos exteriores. Ese es el verdadero término de comparación. Unos metros cuadrados del lucido original que se salvaron de la piqueta, en un lienzo de pared frente a la escalera que desciende a la cripta, nos permiten evaluar el resultado. Más alejadas del observador quedan las bóvedas del templo; difícil decidir a simple vista si aquellas superficies son de piedra natural o una imitación artificial, como es el caso. Prueba evidente de que el efecto imitativo estaba lejos de ser un remedo remoto. Ante esos testimonios cualquier observador imparcial admitirá que las superficies dejadas al descubierto con la operación son un remedo  de la sillería exterior (en cuanto a proporción, textura y color) mucho más tosco y remoto que el estucado original. Al perderlo, la Basílica perdió. La prueba se invierte, convirtiéndose en prueba de cargo.
3: Tres razones para un disparate
“Luis Menéndez Pidal afirma –cita el Abad- que este revestimiento fue un recurso obligado –aunque no deseado- por la escasez de recursos ya que el rejunteado y abujardado de la piedra hubiera supuesto una mayor inversión de un dinero que no se poseía. Es una razón”, concede el Abad, que no parece muy convencido. Escepticismo que compartimos pues, en efecto, no parece verosímil que los recursos fueran más abundantes en la primera fase de las obras, iniciadas en 1877, en que bajo la dirección de Frasinelli se desplegaron las impresionantes canterías, cuidadosamente labradas (que incluyen la cripta y las elegantes escalinatas de acceso), que transformaron el arriscado Cuetu en una estilizada acrópolis. ¿Tanto mimo y derroche en el arranque, en lo que al fin y al cabo no es más que la base y el soporte, para terminar con cicaterías en la parte más noble y exigente de la obra (relanzada por Martínez Vigil y bajo  la dirección de Aparici desde 1.886), el interior de la Basílica?
Es más, si se apura la razón de economía, tendríamos lo siguiente: El revestimiento es más barato que el labrado de los paramentos, de acuerdo. Pero la solución más económica hubiera sido dejarlos como hoy los vemos; añadir el enfoscado supuso un gasto suplementario. Si se decidió cubrir los paramentos no labrados es que se consideró indecente (quod non decet) mostrarlos desnudos. Una vez más la argumentación cojea al confundir el término de comparación.
Prosigue el Abad con razones que pudieran ser de más peso: “también pudo suceder que se tuvieran en cuenta razones de acústica que hoy no presentan problema alguno por la instalación de la megafonía. Pero también es cierto que los malos gustos de la época hicieron revestir de cal y arena muchos templos románicos que, con muy buen criterio han sido posteriormente desposeídos de tan feo ropaje que ocultaba riquezas muy notables.” Templos románicos revestidos de cal y arena. Póngase cemento donde pone cal y D. Emiliano estaría hablando proféticamente de lo que habría de pasar con la iglesia de Abamia 40 años después. Pero volvamos al argumento. Malos gustos de la época, feo ropaje  que oculta riquezas muy notables. Esos son los mimbres de una apología que recuerda más la aguja del albardero que el encaje de bolillos. La Basílica de Covadonga no es ningún templo románico al que siglos después se embadurna con un maquillaje postizo; es un templo inaugurado en 1.901 al que 75 años después se le despoja del lucido original. Al hacerlo, no se descubrenriquezas muy notables; al contrario, las anatomías puestas al desnudo son notablemente más feas que el ropaje que las cubría.
Considerar lamentables los gustos de épocas anteriores frente a los actuales que serían exquisitos, es olvidar que la época presente será también pretérita a la vuelta de la esquina; es entrar en el carrusel de las modas. Aquí mismo estamos considerando ya dudoso el gusto con que se intervino en la Basílica en el 76.
No obstante, el razonamiento del Abad apunta a un principio válido; el de que en la conservación del patrimonio tan dañino puede resultar el quitar como el añadir y que, cometido el error, si el buen criterio  recomienda quitar lo añadido (como aplaude el Abad), con el mismo buen criterio se debería reponer lo quitado donde se haya cometido el error opuesto.
4: Ejecución por etapas
“Hace dos años hicimos una experiencia en la capilla del Sagrario, haciendo desaparecer esa cascarilla de cal y arena. Apareció debajo de tal revestimiento una hermosa piedra de sillería.” Decididamente, hay naturalezas predispuestas a la sorpresa; porque ¿qué se esperaba encontrar el Sr. canónigo bajo el enfoscado, un tabique de ladrillos? Predispuesto a la sorpresa y al eufemismo, cuando  una osadía tan ligera se reseña además como“experiencia”. ¿O habrá querido decir experimento? Aparte de que sería más propio hablar, en el caso, de sillarejo que “de sillería”.
“De sillería que, levemente abujardada y rejunteada, quedó de un nuevo y muy bello aspecto” -nos estaba diciendo el señor Abad. O sea que el rejunteo y el abujardados, sacrificados por economía en el momento de la construcción, se recuperan ahora como por ensalmo, mediante una casi imponderable operación de sustracción ¿Rejunteada? Ahí tenemos la madre del cordero, pues no hace falta ser aparejador para saber que la construcción de sillería excluye el rejunteo; los sillares se juntan sin mediación visible, plano contra plano, como se muestra en las superficies exteriores de la Basílica. ¿”Levemente abujardada”? Convengamos, sin hipérbole, que el abujardado que ahora exhibe el interior de la Basílica es francamente burdo, como espero que quede acreditado por las imágenes que acompañan el texto. Cuando afirma que “quedó de un nuevo y muy bello aspecto”, toda el agua termina entrando en el molino abacial, que gira con ella la mar de satisfecho.
Con los juicios del gusto nos adentramos en territorios escabrosamente subjetivos. Sobre el gusto se han escrito cantidad de tonterías; como, por ejemplo, que “de gustos no hay nada escrito” (cuando se llenarían bibliotecas con lo escrito. Kant le dedicó nada menos que una de sus Críticas, la tercera). O que “para gustos se hicieron colores” (quien lo entienda que lo explique). También se ha escrito (no sé si mencionarlo) que “hay gustos que merecen palos”; pues con dignidad abacial de por medio, mencionar los palos confinaría directamente (sin necesidad de rejunteo) con el sacrilegio. Picar una basílica por dentro puede ser cosa venial y hasta meritoria; sugerir que los gustos del Cabildo pudieran ser de los que merecen palos te expone al entredicho.
“Esta experiencia  fue aprobada y elogiada por nuestro arquitecto Javier García Lomas y por el prelado” –prosigue el Abad, acogiéndose a la vez a profano y a sagrado. Prelado, arquitecto y abad se muestran, pues, en perfecta sintonía con la moda del momento; el gusto por la piedra vista y la rusticidad del rejunteo. Lo que se designa aquí como estética de sidrería. Evitando cuidadosamente las comparaciones por aquello de que suelen resultar odiosas, llama la atención esta recurrencia, en la historia de la basílica, del triunvirato del canónigo, el prelado y el arquitecto: de la Vega, Sanz y Forés, Frasinelli; de la Vega, Mertínez Vigil, Aparici; de la Huerga, García Lomas (a cuya paternidad se debe el apastelado conjunto que se despliega ante la Basílica) y… no hemos podido verificar en los archivos qué arzobispo pontificaba en la sede de Oviedo allá por los ya remotos años 70 del pasado siglo; los datos reunidos apuntan, sin embargo, a que bien pudiera ser un prelado campechano, cuya vida Dios guarde largos años y de cuyo nombre no consigue uno acordarse.
“Esto nos animó a realizar esta misma operación en la Capilla de la Virgen del Rosario y posteriormente en las naves laterales de la Basílica.” En la Capilla del  Rosario se venera ahora a S. Pedro Poveda (Capitular de la colegiata y fundador de la Institución Teresiana). Al santo canónigo se le venera en una imagen de tamaño natural que parece traída de algún museo de las estatuas de cera. Cambios de este tipo y la estética que los inspira parecen confirmar que el interior de la Basílica es campo propicio a experimentos e iniciativas dudosamente canónicos.
“Quedaba lo correspondiente al Presbiterio, el crucero y la nave central, la mayor parte y lo más difícil y costos. En las postrimerías del pasado año, el Cabildo, queriendo hacer  a la Basílica un regalo que quedara como recuerdo en sus Bodas de Diamante, determinó finalizar esta obra y en tiempo de invierno para causar el menor número de molestias a los romeros y devotos del Santuario (…) Al tiempo de escribir estas líneas las obras están a  punto de finalizar y el resultado de las mismas según el criterio de nuestro Arquitecto y de  cuantos las han observado, es magnífico.” El programa promovido como de saneamiento y embellecimiento se ejecutó, pues, en tres campañas, de 1.974 a 1.976, cuando nuestro cronista de excepción escribe por fin“las obras están a punto de finalizar.” Un poco más y ya hubiera podido suspirar Consumatum est!
5: Luminoso objeto del deseo
Puede al menos anticipar que “Queda la Basílica inmunizada de manchas pues todo el interior es de piedra (una vez desaparecido el enfoscado  de cal y arena) y las bóvedas son de piedra artificial.” Casi como quien dice que muerto el perro, se acabó la rabia.” O lo de  perturiunt montes, nascitur ridiculus mus,ya que con el no muy ambicioso objetivo de librarla de manchas se ha sometido a la basílica a una “operación” cruenta. También es aplicable al caso lo de que fue peor el remedio (picar las paredes) que la enfermedad (eliminar las manchas). O que los señores canónigos, creyendo poner una pica en Flandes, hicieron un pan con unas hostias ya que lo sacrificado como medio (la armonía estilística del conjunto basilical) es muy superior al objetivo conseguido (la supresión de las famosas manchas).
Verdad es que el objetivo formulado era doble, además del saneamiento el embellecimiento. “El embellecimiento nace al descubrir la piedra de sillería, mucho más noble y rico que el utópico (sic) enfoscado de cal y arena (…) piedra de sillería perfectamente alineada y concertada.” No hay peor ciego que el que no quiere ver. O nada se percibe con tanta nitidez como lo que se desea ver. Luminoso objeto del deseo. ¿Quién dijo que era oscuro?
“El eximio marqués de Lozoya dice (de la Basílica) que es de lo mejor que se construyó en Europa por su tiempo.”  El eximio marqués emitió ese juicio medio siglo antes de que el Excelentísimo Cabildo de Covadonga, por iniciativa de un Abad emprendedor y animado por el arquitecto y el prelado (ambos de una sensibilidad, por lo que se ve, muy en sintonía con los gustos de la época), adoptase la infeliz decisión de gastarse los cuartos en sacarle a la Basílica la piel a tiras. Un regalo sin duda generoso, pero envenenado. El resultado es que
La Basílica por dentro o la piedra herida
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6: A modo de posdata
No se quiera encontrar en estas líneas animosidad alguna hacia las instituciones y las personas que se mencionan; el autor conoció a algunas y las recuerda incluso con simpatía. Ahora bien, Amicus Plato sed magis amica veritas. Unos y otros somos solo actores y testigos de paso. La Basílica, en cambio, permanece; la preservación de su integridad debe prevalecer sobre sentimientos y consideraciones personales.
No se abordan en este escrito los aspectos jurídicos de la intervención efectuada en el interior de la Basílica; se deja a persona competente en la materia esa parte del trabajo, desde luego esencial. La intervención se llevó a cabo, según el referido testimonio del Abad, de forma colegiada por el Cabildo y contó con la aprobación, oral al menos, del arquitecto y del prelado. No tendría que ser necesario sin embargo recordar, a este propósito, que ni abades, ni cabildos, ni arquitectos, ni prelados están por encima de las leyes; de las que protegen la integridad de las obras de autor incluso de las eventuales veleidades de sus propietarios; o de la legislación sobre la conservación del patrimonio.
El que este artículo se centre exclusivamente en el interior de la Basílica  no excluye, por desgracia, la existencia de otros desaguisados cometidos en el Real Sitio. El agresivo granate de las cubiertas renovadas favorece que la Basílica se pueda percibir como una maqueta de sí misma a escala real, o evoque una de esas arquitecturas intemporales de Disneylandia. Los tonos verdigrises y azulados de la vieja cubierta armonizaban muy bien y realzaban los espectaculares ocres de los muros; y lo que es no menos importante, ya estaban inscritos en los registros de la memoria. “La preciosa capilla del antiguo seminario” (en palabras del Abad), uno de los espacios de culto más bellos y originales de Asturias (a juicio del que suscribe), fue destinada a uso profano con expolio de piezas de arte y destrucción de pinturas murales de Paulino Vicente. Alguien tendría que responder de esa barbaridad. ¿Mejoran los gustos con el tiempo? A este ritmo pronto la estética habrá sido sustituida por la anestesia.
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Si el Papa vino a España a traer luz, en lo que me concierne me deja envuelto en una confusión inextricable. Había dicho el Papa en el avión que le traía que se estaban produciendo aquí brotes de un anticlericalismo radical, como en los años treinta. El diagnóstico papal cayó como el rayo en una santabárbara. Los anticlericales radicales esperaban que el Santo Padre vendría a ofrecer la otra mejilla como manda el Evangelio, y se encontraron con un papa respondón. Intolerable. Don Gregorio Peces Barba, el más posado de los siete padres de la Constitución, se arrimó al hombro de Gabilondo en la noche de La Cuatro para sentenciar muy solemne que las palabras del Papa eran “in-de-cen-tes”. El tono estaba dado; ya podía arrancar el orfeón.
¿No hay sin embargo en la algazara un reconocimiento implícito de que el de los años treinta fue un anticlericalismo radical? Por algo se empieza. Pero la versión oficial hoy en vigor enseña que aquellas persecuciones fueron una especie de correctivo que la Iglesia se había ganado a pulso; todavía se oyen a diario voces reclamando que pida perdón por lo de entonces; como si debiera mostrarse agradecida de que los matones no la hubiesen rematado. Ahora mismo el degüello de cristianos por decenas a mano de musulmanes no suscita emoción en una opinión pública progresistamente anestesiada, mientras pagamos entrada para llorar por Aspasia después de que el ministerio de Cultura le haya echado una mano a Amenábar para montar el velatorio.
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Cuando el Arzobispo de Santiago se preguntaba dónde iba a meter a tanta gente cuando viniera el Papa, alguien le recomendó desde La Nueva España el ferial del ganado como el lugar más idóneo para aparcar al católico rebaño. Ningún periodista  se arriesgaría a tratar de esa manera a la afición del Sporting o del Real Oviedo; en cambio, hacer guasa de los creyentes, lejos de entrañar riesgo, pasa por mérito.
Los meritantes en La Nueva España del viernes (12.11.10) son dos plumas de postín. Matías Vallés concentra en su sección una antología del comedimiento: “El Papa insulta a los nativos”, “opinión delirante” “caro Papa”, “injerencia papal”, “Pontífice napoleónico”, “no tiene que combatir el anticlericalismo, sino la indiferencia”. “El cliente a veces tiene razón”, remata. Y en efecto, si en España, como en el Corte Inglés, el cliente tuviera siempre razón, ya le estarían devolviendo la parte alícuota de las facturas del viaje papal a un Sr.Vallés al parecer indiferente, pero ni pizca de anticlerical.
En la página 31 es Carmen Gómez Ojea la que, en una Mezclilla de vitriolo, le pone las peras al cuarto a este “Santo Padre de los papistas” que vino “a reñir a la ciudadanía de un estado aconfesional”. Pero qué se podía esperar de “el que calza no la sandalia de San Pedro, sino zapatos rojos de trescientos euros por pie”. 600 euros el par. No nos daría Carmen la cifra exacta si no la conociera de muy buena tinta, pues sabe muy bien que con las cosas de creer hay que andar con pies de plomo.  Conoce incluso el número que calza el Papa pero entiende con buen criterio que ese es un dato de la vida privada que no se deben mezclar ni en una Mezclilla.
El Papa debió de ver esos mocasines en un escaparate de la Via de la Conziliazione. Preciosos. Entró y preguntó el precio. Trescientos, Santidad. Cuando cayó en la cuenta de que eran 300 por cada pie, ya tenía el tique en la mano (los papas no son infalibles en estas cosas de andar por casa); demasiado tarde para volverse atrás. Y allá va el pobre Papa, ta-ca-tá, arrastrando trescientos de vellón en cada pie. El escándalo estaba servido porque en política y en pastoral son tan importantes las formas como los contenidos. De poco valdrá ya que la Santa Sede salga  diciendo que los mocasines salieron más baratos porque en el Vaticano no se paga IVA; o que el Papa los compró en unas rebajas; o que son un regalo de Musolini  de cuando el Tratado de Letrán.
Aunque tampoco faltará quien piense que imaginar al sucesor de Pedro en sandalias, con una mazo de llaves en la mano y entrando en burro en Barcelona, es tanto como confundir a  la Iglesia con un parque temático. Pero si en algo se equivoca el Papa (con perdón) es al equiparar el radicalismo de ahora con el de los años treinta, cuando a lo que más se parece es al anticlericalismo masónico y de casino del siglo XIX. Además de radical, es modernísima la anticlerecía nacional.
Ramón Alonso Nieda.


mocedades
Es propio de los partidos hacerle la pelota a la juventud y cuanto más los partidos aspiran a ser “enteros” más coba le dan: la uniforman, la abanderan, le ponen megafonía, le dan instrucción paramilitar. Y los jóvenes marcan el paso, hacen guardia sobre los luceros, atizan fogatas y amagüestos; pegan carteles o le dan una paliza a algún opositor. Pioneros comunistas, Frente de Juventudes falangista, Giovinezza del Fascio. Pero  ningún partido se priva de esos somatenes juveniles; todos “conspiradores de calella” (como los define alguien  que conoce el paño), cainitas que se pisan la cabeza unos a otros, puesta la vista en las listas cerradas donde muchos son los llamados y pocos los elegidos. Hasta los del PP tienen sus Nuevas Generaciones por ver de animar un tanto el penoso París-Dakar de su travesía del desierto.
La prensa daba cuenta  de un muestrario de estas juventudes, aparcadas en orden de combate ante el teatro Jovellanos el domingo pasado: Conceyu de la Mocedá de Xixón, Conceyu de la Mocedá de Llaviana, Mocedá de IU, Estudiantes Progresistas y Juventudes Socialistas, perejil de casi todas las salsas. Es de agradecer lo de mocedades, pues quita hierro al perfil militante al evocar el ambiente amable de las romerías campestres, como en aquella famosa canción tan de aquí: “Mozos muy gayasperos que, a más de beber, cantaben, bailaben y anííímabense…”.
Pero no estaban para fiestas las mocedades astures, desafiando la lluvia y el ridículo ante el Jovellanos. Habían ido a protestar contra la visita del Papa bajo el lema “no con mis impuestos”. Faltaría más. Les secundaban en la protesta organizaciones más talluditas, como SUATEA, CCOO, FAPAS, COAPA, Bloque por Asturies. El tutti quanti de la progresía (aunque se notó la ausencia del Sindicatu de criadores de la Cabra Bermella  y de la Agrupación pal fomentu de la Oveya Xalda; sí estaban en cambio las de lapitapinta@.com).
Denunciaron en un manifiesto el pasado del Papa como kapo de las SS. Sí, sí; que hilan muy fino y no se les calienta la boca a pesar de ser tan mozos. Pena que Garzón no estuviera de guardia para meterlo en el trullo por crimen contra la humanidad, pero por lo menos consiguieron que se suprimiera la etapa de Gijón donde estaba previsto que el Papa asistiera de papo a una representación en la Laboral, con cena y copa incluidas. Pues lo que los protestantes del Jovellanos consideran inadmisible es “que el Estado gaste millones para pagar los viajes de ese señor”. Que no vengan ahora los urdidores de patrañas  recordando que el concierto de Paul McCartney le dejó al ayuntamiento de Gijón un pufo de 117 millones de pesetas, que entonces (2004) no eran tan antiguas.
Saben muy bien las mocedades progresistas que no solo de pan vive el pobre y que a veces alimenta más el alma una canción que una empanada (los progres, cuando salen del armario, salen con unas almas exquisitas y como nuevas por la falta de uso). Además para aquel concierto les regaló la Alcaldesa un mazo así de entradas y ahora para lo del Papa nadie contó con ellos. No vas a comparar al Papa con McCartney; ni con la Pantoja (-No hay color, el pobre). Lo de McCartney fue una inversión de futuro y la está amortizando el movimiento asociativo de Xixón a escote pericote (hasta la Sra. Alcaldesa, a juzgar por la pinta, ahorra en peluquería para ir tapando el descubierto).
Al final los tutti quanti no eran tanti: llegó un taxi y se subieron todos sin excesivas apreturas. Se fue el taxi en dirección de Cogersa (que hasta los prejuicios se pueden reciclar). Por cierto, ¿cuántos liberados habría entre aquellos protestantes? -Unos cuantos. ¿Y cuánto reciben en subvenciones  de ayuntamientos, del Principado y de los Ministerios? -“No con nuestros impuestos”. Pero va a ser que sí. ¿O es que no? El Cinismo es sin duda un rasgo definitorio del radicalismo autóctono, ¿pero no se pasan de listos cuando nos toman por tontos?
Ramón Alonso N