COVADONGA
 

JOSE ANTONIO OLIVAR

Un sentido adiós a Olivar. Se fue José Antonio Olivar, el compañero entrañable. Desde el año 1952 de aquella idílica Covadonga y desde aquellos primeros días de octubre en que ingresamos en el Seminario Menor -hoy convertido en Museo y Escolanía- mantuvimos ambos una vinculación inquebrantable.
Se fue la persona y también el personaje, el amigo del alma y casi un hermano para mí. Los lazos que nos unían eran múltiples: la manera de pensar y de ver la realidad, los gustos estéticos y hasta gastronómicos, las tendencias políticas y una irrefrenable afición al “cachondeo” y a la broma de la que ambos disfrutábamos.
No se me quita el nudo de la garganta desde el momento en que María, su mujer, me dijo este sábado pasado: “José Antonio está muy malito”. Y hoy, con el aviso de su fallecimiento, no pude menos que llorar su marcha definitiva. Y es que hay personas que no quieres que se vayan nunca de este mundo ni tu lado, aun sabiendo que se desea un imposible. Me consuela mucho saber que conservo de él, aparte de los mejores recuerdos, un montón de escritos suyos que él me fue pasando, algunos como consulta (“a ver qué te parece esto”) y otras veces como generosos regalos.
Literariamente, le gustaba lo sencillo, lo familiar, lo de ‘andar por casa’. Nadie le verá subido a la parra de las letras mayúsculas de la literatura, por más que él las dominara perfectamente. Al revés. Le gustaba circular a ras de tierra y con todos los sentidos bien abiertos para captar lo más cercano, lo más entrañable de la realidad, como buen periodista que era.
Pero sus escritos, sobre todo, sus poemas alcanzaban siempre la altura necesaria, una profundidad inteligible, la precisa claridad de conceptos y las expresiones más certeras y oportunas. Precisamente por ello, no se le negaron hasta algunos galardones literarios (Premio Huelva de poesía en 1969). Durante los años que dirigió la revista HOLA, daba gusto leer sus reportajes y entrevistas precisamente por acercarse al corazón de los personajes y a sus perfiles más humanos. Son montañas de textos rimados los que guardo (él no se atrevía a llamarles poesías) de temática religiosa para que yo les pusiera música. De éstos llegamos a lanzar cuatro discos LP en Ediciones Paulinas allá por los años 82-83. Entre esos temas está el famoso “Qué detalle, Señor, has tenido conmigo”, que hasta el Papa Francisco tararea y, partiendo de los textos de la canción, haber hecho glosas espirituales en retiros al clero boliviano. Su entrañable visión antropológica del mensaje evangélico quedó muy clara en todos los textos que hizo para hacer canciones religiosas y que puso a disposición de diversos compositores de este género musical.
Era tan acertada, tan teológica y tan actual su visión y su sentir del cristianismo, que bien merecería la pena, me atrevo a lanzar, que algún estudiante de teología se dedicase a hacer su tesis doctoral sobre La Teología Secular de José Antonio Olivar. No perdería el tiempo, en serio. Podría garantizar un Summa cum Laude de nota si le exprimiese bien el jugo al trabajo. Material, tendría de sobra.
Nunca ha sido un beato al uso, más bien parecía lo contrario, pero siempre llevó consigo la impronta de una sólida formación humanística y religiosa, algo que él reconoció y agradeció en multitud de ocasiones y encuentros. Tampoco el cambio de rumbo en su vida personal ha significado para él, como sucede en otros casos, un borrón y cuenta nueva o un adiós definitivo o una renuncia al pasado.
En fin, se nos fue un llastrín de gran categoría. Todos los compañeros de curso sentimos profundamente esta despedida, pero todos le vamos a tener presente en los formidables textos de sus canciones que siempre cantamos en nuestros encuentros y ello nos servirá de alivio y de cercanía entrañable.
Hasta siempre, “Manín”.

 

Fernando Menéndez Viejo