COVADONGA
 

7.1 Biografía de Covadonga II (Silverio Cerra)
BIOGRAFÍA DE COVADONGA  (continuación)

Esta biografía de Covadonga me fue enviada meses antes de la muerte de Silverio Cerra. Dada su gran extensión publicaremos algunos breves capítulos en sucesivas Revistas en homenaje a nuestro querido compañero, estudioso y crítico sobre Covadonga.
IV   UNA VICTORIA SALVADORA
El motivo por el que es hoy universalmente conocida Covadonga se funda en la resistencia victoriosa de un grupo heroico de cristianos que en este sitio logró superar el ataque de los invasores mahometanos. Sin tal suceso, es muy probable que este lugar hubiera quedado, como tantos otros, en la insignificancia de cualquier pequeña aldea.
Antecedentes: un desastre y un paladín
La ocasión remota de este choque fue el desastre sufrido por los godos en la batalla del Guadalete en el año 711. Entonces se produce “la pérdida de España” y la entrada de los sarracenos que pronto ocupan la Península Ibérica. Al fin, en el 713 invaden Asturias y fijan su capital en Gijón con un gobernador llamado Munuza.
Tras aquella catástrofe, muchos nobles, clérigos, soldados y gente común de los vencidos, huyendo de la muerte y la esclavitud, buscaron refugio en el remoto Norte. Según el anónimo toledano del 754, escapando ante los invasores, los restos del ejército godo y cuantos pudieron de los naturales del país, se refugiaron en Francia o más allá de los montes septentrionales de Hispania. Aquí se relacionan con los astures, amantes de su independencia, como se había demostrado frente a los romanos. Pronto fermenta una oposición contra el dominio musulmán, sobre todo en la parte oriental de la región.
Aparece luego un jefe con liderazgo, Pelayo, espatario o miembro de la guardia del rey don Rodrigo. Según la Crónica de Alfonso III, era hijo del duque Favila, asesinado por Witiza. De su matrimonio con Gaudiosa nacieron Favila, su heredero en el mando, y Ermesinda, esposa de Alfonso I el Católico, el tercer rey en Cangas de Onís. Sobre su vida han circulado diversos relatos. Parece cierto que participó en la batalla del Guadalete y, tras la derrota y muerte del rey godo, escapó con un grupo de vencidos hacia la Cordillera Cantábrica.
Se cuenta que estuvo en relación con Munuza en Gijón, el cual lo envió a Córdoba con una misión. Durante la ausencia se casó con la hermana de Pelayo. Éste, al retornar y sentirse ofendido, huyó. Lo persiguieron y, cuando se acercaban, él se lanzó al río Piloña, que bajaba muy crecido. Con audacia logró cruzarlo, mientras sus perseguidores, temerosos de anegarse, se detuvieron sin lograr detenerlo. Estos hechos lo empujaron a tomar la decisión de rebelarse contra los invasores. Algunos no aceptan tales narraciones. Sea como sea, en todo lo discutido sobre él, lo único innegable es su presencia en esta zona y su papel decisivo en la organización de la resistencia, en la dirección de la batalla victoriosa y en la creación posterior de un estado, aunque pequeño, dentro de Asturias y en las tierras adyacentes.
Hacia el año 718, Pelayo se reúne con un concilium o asamblea de jerarcas del país. Al terminar aquel conceyu, lo aclaman como rey. La tradición pone tal hecho en el Repelao, contracción de rey pelagio, lugar próximo a Covadonga. En los años siguientes se consolida esta rebelión astur contra los árabes. En el 721 es elegido emir Ambasa ben Suhaym, que decide extinguir aquel foco subversivo.
Triunfo de consecuencias universales
Para aplastarlo, prepara una expedición en la primavera del año 722, dirigida por el general Alkamah. La cantidad de guerreros, en aquel territorio arisco y pobre, no podía ser grande, por problemas de movimiento y subsistencia. Antonio Ballesteros Beretta estima su número en 4.000. Salen de Gijón, y por las viejas sendas empedradas caminan hasta llegar al valle del Sella. Parece que un primer choque del ejército musulmán con los cristianos, inferiores en soldados y medios, resultó favorable a los atacantes. Pelayo comprende que su hueste, en campo abierto, no podrá resistir con garantía para superar otro ataque.
Entonces guía a los suyos hacia el fondo del valle, donde se abre la Cova-domínica en la pared, fácilmente defendible, del monte Auseva. Él se instala dentro y distribuye a su gente en grupos escondidos por las laderas vecinas. El 22 de julio Alkamah decide atacar. Sus escuadrones avanzan por las vegas bajas, pero, al adentrarse en la angostura del valle, la senda pedregosa por las orillas del río los obliga a marchar en fila e impide maniobrar a la caballería.
Al fin, se asoman al ámbito de Covadonga donde tropiezan con la cerrada resistencia de un frente guerrero, coordinado desde la gruta. A la vez sufren múltiples ataques por las cuestas de alrededor, desde las cuales irrumpe una tormenta de piedras, gritos, flechas y venablos. El ejército sarraceno no puede avanzar ni concentrarse. Es batido desde posiciones más altas por grupos pequeños, pero muy móviles, a los que no puede alcanzar. Las crónicas añaden que entonces se desencadenó una furiosa tempestad. Los atacantes sufren incontables bajas y rupturas en la formación. Brota el pánico, y los moros se dispersan buscando huir. Los que salen hacia el centro de Asturias son eliminados en su mayoría. El mismo general Alkamah acaba pereciendo.
Sólo la vanguardia, al ver lo que pasaba detrás, concentra su esfuerzo sobre la zona de praderas en la margen derecha del valle y logra romper una salida para escapar de Covadonga hacia los Lagos. Los fugitivos atraviesan el macizo occidental de los Picos de Europa. Bajan al desfiladero y cruzan el Cares. Suben luego por Amuesa y, caminando por los senderos del macizo central, descienden a la Liébana. Al llegar a Cosgaya, junto al río Deva, son aniquilados. Este hecho fue atribuido a un derrumbe de tierra que los aplastó. Lo más probable es que los montañeses de la comarca estuvieran advertidos y los atacasen hasta acabar con los fugitivos.
La noticia llega a Gijón. Munuza, con las tropas que le quedan, huye hacia el Sur, para escapar por la ruta de la Mesa. Pero en la collada de Olalíes, entre Proaza y Quirós, le esperan fuerzas astures que vencen y eliminan al representante del Imperio Omeya, extendido entonces desde Galicia hasta la India. La presencia musulmana queda barrida de Asturias. Aquí recibe su primer frenazo decisivo la expansión árabe. La victoria del rey franco Carlos Martel en Poitiers fue diez años más tarde.
A continuación, Pelayo establece su aula regia en Cangas de Onís.
El resto de su vida no fue tranquilo. Siguió guerreando y defendiendo lo conquistado. De hecho, durante su reinado, Asturias, Cantabria y, probablemente, Galicia quedaron libres de invasores. Murió en el año 737. Fue sepultado, junto con Gaudiosa, su mujer, en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, donde aún hoy se muestran sus sepulcros vacíos. En un momento indeterminado fueron trasladados a Covadonga. Ahora un sarcófago en la pared de la Cueva contiene los cuerpos de ambos esposos, como testifican las palabras grabadas en su cabecera.
La batalla de Covadonga exalta en primer lugar la grandeza de la figura de Pelayo, que superó con inteligencia y valentía las tremendas dificultades de su empresa. Realza también su dignidad en no rendirse ni adaptarse a la nueva situación, como otros muchos dignatarios. La admiración se agranda al compararle con los traidores, como el conde don Julián, los hijos de Witiza o el obispo don Opas, que colaboraron con los invasores e hicieron posible la derrota y el cautiverio de su patria.
El triunfo en este choque quizá no sea destacable por el número de combatientes, pero es enorme por su transcendencia futura. Encierra significados que aquí no cabe explicar, pero produce efectos que no podemos olvidar. Implica recobrar tierras perdidas y, sobre todo, recuperar valor y energías para mantenerse y luego ensanchar el horizonte. Planta así el germen de una sociedad nueva. Se inicia y proyecta la nación española. Se afirma la monarquía asturiana, cuya línea persiste, de manera sorprendente por tanto tiempo, hasta la monarquía actual. Es más, como defiende el gran historiador Claudio Sánchez Albornoz, aquí se salvó Europa y el mundo occidental cristiano, como espacio de cultura dinámica y espiritual, humanista y creativa.
V   LA CRUZ DE LA VICTORIA
La joya más admirable de la orfebrería asturiana, y quizá de la Alta Edad Media, fue realizada también en la estela de Covadonga. Es la Cruz de la Victoria que lleva en su nombre el triunfo sobre los invasores, hecho decisivo para la monarquía asturiana, pues allí está su nacimiento. Una vieja tradición recuerda que ésta fue la cruz que acompañó a Pelayo durante el tremendo choque que tenía lugar en el fondo del valle ante la Cueva. No la veía en el cielo, como Constantino en la batalla de puente Milvio, sino que la tendría a su lado, quizá sostenida por el ermitaño residente en aquel refugio.
La tradición oral, testificada en 1388 en la concesión del título de Príncipe de Asturias, entra claramente  en la historia escrita con el Viage de Ambrosio de Morales, donde califica esta cruz como “la más rica joya que hay en España”. Pero hay testimonios anteriores que la autentifican. En efecto, cuando Favila construye en su capital, Cangas de Onís, en el año 737 una “basilicam in honore Sanctae Crucis”, una basílica en honor de la Santa Cruz,  no podía ser otra que la cruz de su padre. La dedicatoria latina de esta iglesia revela que aquí había personas de alto nivel cultural. Más tarde, una cruz pintada en San Julián de los Prados, templo cuya construcción fue ordenada por Alfonso II, es también la Cruz de la Victoria. Es por ello lógico que Alfonso III ordene decorarla con tanta riqueza, pues constituye un signo del origen y continuidad del reino que él gobierna. El adorno con oro y piedras preciosas fue realizado en el castillo de Gauzón, sobre la ría de Avilés. Concluyó en el año 908. Entonces, los reyes Alfonso y Jimena la ofrecen a San Salvador, el templo de la corte asturiana.
Las intenciones de la dignísima ofrenda están emotivamente expresadas en el texto, cuyo hilo de oro, soldado a la chapa del reverso, recorre sus brazos superior, izquierdo, derecho e inferior. Vamos a leerlo por su orden:
SUSCEPTUM PLACIDE MANEAT HOC IN HONORE DEI QUOD OFFERUNT FAMULI XTI ADEFONSUS PRINCEPS ET SCEMENA REGINA.
Perdure plácidamente recibido este don que ofrecen
en honor de Dios los siervos de Jesucristo Alfonso, príncipe,
y Jimena, reina.
QUISQUIS AUFERRE HOC DONARIA NOSTRA PRAESUMPSERIT, FULMINE DIVINO INTEREAT IPSE.
Quien se atreviere a robar estos nuestros dones,
él mismo perezca por el rayo divino.
HOC OPUS PERFECTUM ET CONCESSUM EST
SANTO SALVATORI OVETENSE SEDIS.
Esta obra fue terminada y concedida
a San Salvador de la sede ovetense.
HOC SIGNO TUETUR PIUS. HOC SIGNO VINCITUR INIMICUS. ET OPERATUM EST IN CASTELLO GAUZON.      ANNO REGNI NOSTRI XLII DISCURRENTE.
ERA DCCCCXLVI.
Con este signo se protege el piadoso. Con este signo es
vencido el enemigo. Y fue realizado en el castillo de Gauzón. Corriendo el año 42 de nuestro reinado.
En la era 946. Año 908.
La Cruz de la Victoria es cruz latina, o sea, más alta que ancha. Su longitud alcanza 92 centímetros y 72 la anchura. El grosor varía entre 2,5 centímetros en los brazos y 4 en el medallón. Su peso alcanza 4.967 gramos. Está constituida por dos piezas de roble, que, al cruzarse en el centro, forman un círculo, en cuyo reverso aparece el hueco para las reliquias. Partiendo de este núcleo los brazos se ensanchan levemente para terminar en un semicírculo rematado por tres pequeños discos. Una lámina de oro la cubre totalmente. Sobre ella se despliega una riquísima decoración, especialmente en la cara frontal. Todo gira en torno al medallón del centro, que es núcleo que sostiene y armoniza el resto. El desarrollo de filamentos de oro, esmaltes, perlas y piedras de colores, crea un conjunto de belleza insuperable, que aquí no cabe describir. El reverso, salvo el disco central, es más sencillo, pero allí se escriben en hilos de oro los cuatro textos que explican su origen y sentido. Sus elementos materiales no alcanzan gran valor económico, pero con ellos sus orfebres realizaron una maravilla. Asombra tan bellísimo esplendor, conservado tras los avatares sufridos en sus 1100 años de vida. Así es la Cruz de Covadonga, la Cruz de Asturias, que flamea en su bandera. Una cuarteta popular lo resume todo:
Ista ye la nuesa Cruz,
la de t’os los asturianos,
la que alluma con so luz,
pa facemos t’os hermanos.
Esta es la nuestra Cruz,
la de todos los asturianos,
la que alumbra con su luz
para hacernos a todos hermanos.
VI. LA SANTA CUEVA. NOMBRE
En Asturias abundan las cuevas, sobre todo en los terrenos calizos, donde el agua con su persistente roce y, ante todo, con su acción química provoca sobre la piedra surcos y grietas que alteran la superficie exterior de las rocas. Con el tiempo, excava también grandes concavidades vacías que, cuando se abren al exterior, son pozos, si son verticales, o cuevas, cuando tiene horizontal el suelo. En los Picos de Europa las cavernas pueden contarse por cientos en su número. Además, cada una es diferente en su forma y tamaño.
Estas cavidades, cuando eran accesibles, fueron utilizadas por el hombre primitivo. Le ofrecían refugio contra las inclemencias del clima. También, poniendo muros o empalizadas en su entrada, lo defendían contra posibles ataques de animales salvajes o de otros grupos enemigos. La ocupación continuada de grutas ha dejado restos de toda especie, que, al acumularse, originaron sedimentos estratificados que guardaban una serie de capas con elementos de diversas épocas. Esto permite a la investigación actual conocer los tipos de existencia vigentes en aquellos tiempos, incluso hasta cientos de miles de años atrás. De este modo, los períodos prehistóricos han podido establecerse por el estudio relacionado de los estratos sucesivos.
Las cuevas fueron usadas no sólo para ser habitadas y acumular desechos, sino también, con el tiempo, acabaron recibiendo otros papeles de carácter significativo, particularmente en galerías interiores. Sobre sus paredes se grabaron multitud de signos, clasificables en tipologías estéticas o ideológicas. También se realizaron pinturas de carácter muy realista, que en ocasiones evolucionaron en una simplificación progresiva hasta acercarse a niveles de abstracción. El realizar figuras en una pared oscura, con necesidad de iluminación constante, no debe entenderse como una simple diversión. Es probable que tales actos, ejecutados en lugar secreto y seguro, tuviesen una finalidad muy importante, relacionada con la caza, la reproducción, la salud u otros motivos que por ahora no podemos conocer.
La palabra Covadonga designa primero una cueva y más tarde una batalla. Pero ¿qué significa realmente este nombre? En su primera aparición, en la versión Rotense de la Crónica de Alfonso III muestra la forma de coba domínica, que en la Baja Edad Media evolucionó, quizá por los intermediosCovadómnica, Covadónnica y Covadónega, hasta el actual Covadonga. En este vocablo, el primer término tiene una raíz etimológica evidente, pues no ha modificado su morfología. Cova, en efecto, es un adjetivo del latín vulgar que significa excavada o cóncava. Eso es la Cueva, una concavidad vaciada por el agua, que sigue abierta, lejos del suelo, sobre una amplia pared caliza en la base del Monte Auseva.
El segundo término, en la vieja crónica, aparece como domínica, voz procedente de la forma latina domínica, adjetivo femenino derivado del sustantivo dómina, que viene de domus o casa, refiriéndose entonces a la dueña de la casa. Por ello, aquí expresa la relación de dicha cueva con su dueña. Y tal señora es una mujer de carácter especial. Si fuese varón, sería más fácil usar el genitivo, y decir dómini.
En conclusión, esta Cova, ya substantivada, se califica con el adjetivo domínica, porque es la ‘Cueva de la Señora’. Está claro que había una dama, cuya categoría daba nombre al lugar. ¿Quién podía ser? El título de domínica no era usual para diosas ni para mujeres. No quedan huellas. Entonces debe indicar una fémina diferente, una dómina no común. Si aceptamos la tradición de que en la gruta vivía un ermitaño, tal persona sólo podía ser María, la Madre de Jesús. Esto queda confirmado en la versión Sebastianense de la Crónica de Alfonso III, donde viene como coua sancte Marie.
VII. LA SANTA CUEVA. REALIDAD
Desde sus comienzos medievales hasta finales del siglo XIX el culto a Nuestra Señora tuvo lugar exclusivamente en la Cueva. Su colocación en el centro de un paredón rocoso con un borde superior que avanza coronado de árboles la convierte en una maravilla natural. La altura presente, cuya medida alcanza a unos 30 metros, no es la primitiva. El nivel anterior del suelo estaba más bajo, pero se fue subiendo por los grandes rellenos que se realizaron a lo largo del siglo XX, sobre todo para equilibrar el trazado de la carretera.
Esta elevación sobre el terreno circundante planteó durante mucho tiempo el problema del acceso. Es probable que durante los primeros ochocientos años subiesen por escaleras de madera, adosadas a la parte derecha del Pozón. En el siglo XVI, al construirse la colegiata de San Fernando, se añadieron unas escaleras “parte de piedra y parte de madera, labradas todas a mano, con haber en todas noventa escalones”, según la vio Ambrosio de Morales.
La Cueva hasta el siglo XX
Las edificaciones medievales que allí estuvieron alzadas no son conocidas, ni por pintura ni por descripción escrita. La primera referencia histórica de una construcción en ella aparece en el viaje realizado por Morales en 1572. Describe la gruta, con un altar dentro, cerrada sobre el Pozón con unas paredes de madera, sostenidas por vigas que volaban sobre el abismo de un modo tan exagerado, que parecía imposible que se sostuvieran. Así, “vuelan tanto sin ningún sosteniente, que parece milagro no caerse con todo el edificio, y desto tiene temor quien mira de abajo”.
En la fatídica noche del 17 de octubre del año 1777 un incendio devastador arrasó todo su espacio con lo que allí había, salvo los sepulcros de piedra. Se quemaron la figura de la Santina, los vasos y ornamentos sagrados, el mobiliario, las vigas y el muro de madera que avanzaba hacia el exterior. Según las actas capitulares, todo quedó “reducido a zenizas sin haberse rescatado el Santísimo Sacramento, la imagen de Nuestra Señora, ni otra cosa alguna”. Tan desastroso accidente produjo enorme impacto y sensación en toda España.
Se atribuyó el fuego a un rayo, lo que parece muy difícil, pues la roca superior se adelanta para cubrir el espacio de la gruta. La causa más probable fue una lámpara o unas velas que quedaron sin apagar. Por el enorme calor se fundieron todos los metales y cayeron al pozo de abajo. Al darse cuenta de ello, con grandes esfuerzos lograron sacar seis arrobas de oro y plata, equivalentes a 69 kilos, y un crucifijo de los Duques de Gandía muy destrozado. Estas piezas y otras joyas del Santuario, en 1809, por temor a que los soldados napoleónicos las robasen, fueron llevadas por el Marqués de la Romana a Gijón y embarcadas hacia un lugar seguro. Para culminar la desgracia, el navío receptor naufragó en su viaje, perdiéndose todo en el fondo del mar.
La gruta quedó desolada, tristemente vacía y desnuda. En 1820 se construyó un corredor de madera, para proteger el borde sobre el Pozón. También, hacia el margen interior izquierdo, se levantó una pequeña capilla cuadrada, que por su menudencia fue denominada el Humilladero.
En el proceso de reconstrucción de Covadonga, iniciado por el obispo Benito Sanz y Forés, su colaborador Roberto Frasinelli construyó en el año 1874, también sobre el ángulo izquierdo de la Cueva, una capilla llamada El camarín. El material empleado para su estructura fue la madera. Su estilo se inspiraba en el prerrománico y en el bizantino. Tenía planta rectangular. Hacia el exterior, su blanca pared mostraba dos tramos separados por contrafuertes. En cada uno se abrían dos ventanas geminadas. Se coronaba con un friso de arquitos y una cornisa almenada.
Hacia el interior, su frontispicio estaba formado por tres arcos de medio punto apoyados en dobles columnas, que permitían la contemplación desde fuera. Sobre las enjutas de los arcos había dos medallones con las letras alfa y omega pendientes de unas orlas, recordando a Santa María del Naranco. El friso estaba constituido por una docena de arcos con los doce apóstoles. Encima se alargaba un voladizo almenado apoyado en una serie de ménsulas. En el centro una espadaña menuda sostenía la campana. El arco central era la entrada. Hacia dentro mostraba la pequeña nave con el mobiliario. Sobre las maderas brillaban motivos bizantinos, con presencia constante del pan de oro. Un arco dorado abría el ábside con altar de mármol. Encima se erguía el pedestal donde un castillete áureo enmarcaba a la Virgen. Antonio Gasch, dorador valenciano, había sido el fino realizador de la decoración. El obispo Sanz y Forés puso el primer pan de oro, y con su mano volvió a poner el último el 4 de octubre de 1875. El prelado no consideraba la abundancia de este metal como exhibición de riqueza, sino digno reflejo de la domus aurea, casa de oro, como es calificada María en la letanía lauretana.
Por otra parte, decidió proteger la Cueva, a la que se enriqueció con una sólida balconada de madera, con sus balaustres formando arcos. A la vez, la Escalera del Perdón o de las Promesas, que aparecía muy arruinada, fue sustituida por la sólida construcción actual con sus ciento cuatro peldaños de piedra, logrando así la consistencia que nunca había poseído. Al llegar arriba tiene un descanso sobre el sólido estribo angular, arrimado a la roca, que no sólo da base a la escalera, sino que también crea un amplio mirador. Abajo, a la izquierda del Pozón, se arregló el sendero y fue colocada una pila en la Fuente del Matrimonio.
El camarín fue muy criticado por su riqueza. Se repetía que desentonaba con la simplicidad de la piedra exterior. Tanto él como la balconada serán quitados, rápida y sorprendentemente, en 1938. Luis Menéndez Pidal escribe: “sin que mediara consulta alguna sobre el caso, se lleva a la práctica, súbitamente, el levantado y destrucción del camarín y demás obras del barandal”. La Cueva queda otra vez despojada, vacía y desnuda. La restauración llevada a cabo entre 1939 y 1951 ha creado la fisonomía actual, sólida y sencilla, de su interior, cuyas líneas convergen, desde todos los extremos, hacia la imagen de Nuestra Señora. La atmósfera luminosa que vibra desde la altura del horizonte y se vuelca hacia dentro acaba creando un espacio propio, no grande, pero sí de atractivo encanto.
Entrada actual a la Cueva
En 1908 el ingeniero César García de Castro abrió el actual túnel de acceso a la Cueva. Desde la última curva de la carretera, hacia la izquierda, avanza una senda de losas enrojecidas hasta el punto de entrada. El trazado primero de esta galería atravesaba el interior de la montaña sin ninguna abertura hasta el ámbito de la Antecueva. Por ello era un largo y oscuro pasadizo, donde se generaban fuertes corrientes de aire, cuyo efecto se notaba en la misma gruta. Para embellecerlo y corregir los problemas surgidos, fue modificado en la reforma general de Covadonga en los años 40 del siglo XX. Se abrió en el medio la oquedad del crucero que, además de favorecer la ventilación, ofrece una bella perspectiva a través de su Calvario. Luego, para romper la monotonía del tramo final, se añadieron dos arcos fajones que proporcionan una suave armonía al espacio.
En el costado izquierdo de la entrada destaca una lápida fijada en la roca. Recuerda la visita del Papa Juan Pablo II a Covadonga en agosto del año 1989. Llegó en la tarde del día 20. Durmió aquí. Por la mañana del 21 se detuvo un largo tiempo de oración ante la Santina. Luego celebró la misa en la plaza, donde recordó el papel de Covadonga en la historia europea. Después realizó un paseo por la pradera del lago Ercina. El texto conmemorativo de un hecho, tan destacado en la historia del Santuario, dice así: