COVADONGA
 

RAFAEL ÁLVAREZ REY

Duelo por Rafael Álvarez Rey, párroco de Castiello.

 

Hemos despedido a Rafael, párroco de Castiello. Rafael Álvarez Rey, compañero de estudios, amigo de la casi infancia y de la primera juventud, con quien tanto hemos reído, con quien tanto hemos vivido. Nos habíamos visto la última vez hace más de treinta años, en un encuentro casual en la plaza de la catedral; no podíamos saber que habría de ser el último.
Años antes, durante una convalecencia que me tenía aburrido en casa, recibí una carta suya con una frase enigmática: «Timeo hominem unius libri». Como estábamos entonces en los estudios de retórica, quiero pensar que me echó Rafael lo primero que encontró a mano, sin sugerir la hipótesis malévola de que anduvieran mis lecturas de aquellas calendas por el primer volumen... Más te vale, Rafael, porque esas indirectas se pagan con el purgatorio.
«Cómo nos esparce la vida». No diré, por pudor, de quién y en qué circunstancias recogí estas palabras ¡Pero acuden tan oportunas a la cita...! No sabía yo que Rafael fuera párroco de Castiello (por no saber, ni sabía que existiera este Castiello al lado de Gijón). Y ahora el repertorio de ausencias es ya irremediable por definitivo.
José Antonio Olivar, poeta, otro amigo común con quien también perdí contacto en esta diáspora de la vida, había escrito premonitoriamente: «Nos invaden los años como números lentos...». Teníamos entonces la vida por delante y el mundo nos parecía tan pequeño que nos lo poníamos alegremente por montera o nos lo comíamos sin tropezar, de un trago (ah, ’vive lumiére de nos étés trop courts’!).
No doblaron las campanas en el funeral de Rafael. Que alguien me explique, por favor, cómo puede despedirse a un párroco sin que las campanas de su iglesia tengan algo que decir en esa despedida. ¿Por qué no doblan las campanas, si su bella resonancia viene de la cuerda más íntima y antigua del alma de Europa (aunque no lo haya dicho G. Steiner, que a lo mejor hasta lo ha dicho)? Desde los allegro y andantino de bodas y bautizos al adagio maestoso del toque de difuntos, el tañer de las campanas, con sus modulaciones rituales, pautó las partituras de la vida (la de «los que viven por sus manos y los ricos») durante casi dos milenios.
¿Habremos pasado de una iglesia triunfante a una iglesia vergonzante? Pues si con el pretexto de que vivimos en una sociedad laica y secularizada, han enmudecido las campanas, que se vaya pensando también en precintar a Bach. ¿O no es, la suya, una música religiosa? El silencio de las campanas de Asturias es un empobrecimiento cultural grave, pero más grave todavía es el que nadie parece percibir ese estruendoso silencio.
Pero, ¿quién le ha dado a uno vela en este entierro? Fui a Castiello a despedirme de Rafael porque no podía acompañarlo, como me pedía el corazón, en su viaje de retomo a Somiedo, la tierra que le vio nacer y que, desde hoy, le acoge ya para siempre. ¿Cuál sería la expresión más ajustada a esta ocasión postrera? ¿Hasta pronto? ¿Hasta siempre? Rafael, que había estudiado odegética en Bruselas, tendría puntualizaciones muy precisas para estas perplejidades nuestras; que algo tiene que ver su disciplina con el viaje y los caminos hacia el más allá.
Al descender, ya de vuelta, por las laderas de Castiello, llena el alma de pesadumbres y nostalgias, me trajo el horizonte del Cantábrico aquellos versos de Rimbaud: «C’est quoi I’éternité? / C’est la mer allée avec le soleil». Que la tierra le sea leve a Rafael y perdurable el recuerdo. Que «no desotra parte en la ribera dejará la memoria en donde ardía».

Ramón Alonso Nieda. 21-11-2008