María Concepción Jesusa Basilisa Espina, más conocida como Concha Espina, nace en Santander, el 15 de abril de 1869, fruto del matrimonio formado por el asturiano Víctor Espina Rodríguez y la montañesa Ascensión G. Tagle y de la Vega. Séptima de diez hermanos, desde muypequeña se interesa por la escritura y con tan sólo trece años comienza a escribir poesía aunque, posteriormente, su fama le llega por sus narraciones en prosa. Tras pasar una feliz adolescencia en el seno de una familia acomodada para la época, ya que su padre era armador y poseía algunas tierras y su madre procedía de la nobleza cántabra oriunda de Santillana del Mar, el futuro le deparó una vida llena premios y alabanzas, pero también de desgracias. La primera, fue la crisis y posterior ruina de la sociedad que don Víctor tiene con Cándido González (“Sociedad Espina y González”), la cual hace que éste se vea obligado a vender todas sus posesiones en Asturias y fijen la residencia en Mazcuerras, pueblo cercano a la provincia de Asturias y perteneciente a la vecina región cántabra. Otro duro golpe fue la muerte de su madre, en 1891, a causa de una pulmonía infecciosa. Durante dos años su familia estuvo viviendo de rentas y es entonces cuando algunos de sus hijos, entre ellos Concha Espina, regresan a Santander, donde para continuar subsistiendo venden lo poco que les queda, incluso las alhajas de su difunta madre. Un buen día, don Víctor, paseando por el muelle de Santander, se encontró con don Santiago López, primo del Marqués de Comillas, quien vista la situación en la que éste se encuentra le ofrece un puesto como contable en las minas de Ujo. Éste acepta amablemente su propuesta y se traslada toda la familia a Asturias. En su juventud, Concha Espina fue una chica débil, seria y melancólica, sin embargo, a raíz de los trágicos momentos vividos y cuando la vida le golpea más duro se vuelve fuerte, alegre y optimista. A los veinticuatro años se casó en la iglesia de Mazcuerras con Ramón de la Serna y Cueto y se marcha a Chile, donde su marido se hace cargo de una de las mayores haciendas del país, la de su padre, don José María de la Serna y Haces-Barreda. Allí comenzó a escribir en un diario local llamado El Porteño y nacieron sus dos primeros hijos, Ramón y Víctor. Una vez retornada a España tendría otros tres, José, Josefina, y Luis. Su matrimonio va poco a poco deteriorándose hasta que inevitablemente sobreviene la separación y, además, poco tiempo después, muere uno de sus hijos, Joseín como cariñosamente le llamaba. Lejos de enlutarse, hizo siempre lo que consideró más oportuno, sin importarle las normas establecidas, por ello nunca siguió los dictados de una sociedad que le quedaba pequeña. Comenzó a vestirse con trajes claros y malvas y demostró que una mujer podía ser culta, refinada y elegante a la vez que trabajadora. Escribió en periódicos como El correo de Buenos Aires, La Atalaya, El Cantábrico, El Diario Montañés, ABC o la revista Lecturas. Pero sus éxitos literarios comienzan tras escribir la novela titulada La Niña de Luzmela. Mas tarde vendrán La Esfinge Maragata, El metal de los muertos, Altar Mayor, Un valle en el mar, Tierra firme y un largo etcétera. En 1936 se quedó ciega, circunstancia que no impidió que continuara con su actividad literaria ayudada por una falsilla ideada por su gran amiga Montserrat Gili. Coincidió en el tiempo con el Modernismo y la Generación del 98, sin embargo no la podríamos enmarcar en ninguno de estos movimientos literarios, fue totalmente independiente. A pesar de las buenas relaciones con la monarquía, quien la promueve como embajadora de una expedición cultural por tierras de Lima, más tarde mantuvo con ella una actitud crítica frente al deterioro de España. Sin llegar a comulgar con las ideas de izquierdas, vio con buenos ojos el advenimiento de la República, pero la persecución religiosa emprendida por las turbas le hacen renegar de ésta y abrazar la causa Franquista. Viajó por todo el mundo y estuvo propuesta para el premio Nobel, que no ganó, precisamente, por el voto en contra de la Real Academia Española de la Lengua. Del mismo modo, tampoco ingresó en la Real Academia de las Letras por estar entonces vetada la entrada de mujeres en dicha institución. Según nos cuenta en su biografía su hija Josefina, tras una lenta agonía y realizada la Señal de la Cruz, falleció en mayo de 1955 a los ochenta y seis años y en plena actividad literaria. Premios y Obras.La mayor parte de las novelas o relatos que escribió Concha Espina se vieron siempre influenciados por los recuerdos y desgracias de juventud. Tienen como protagonistas a mujeres a las que de una manera especial se encarga de defender, aunque, conocedora de su problemática socio-laboral, también reclamó derechos para los obreros, especialmente de los mineros de Río Tinto, en Huelva. Muestra de ello son las novelas La esfinge maragata, publicada en 1914, y premiada por la Real Academia de la Lengua con el “Premio Fastenrath” o El metal de los muertos, que vio la luz en 1920. Su fama le había llegado tras escribir, en 1909, La Niña de Luzmela, novela ambientada en el pueblo de Mazcuerras, lugar en el que residió algunos años y al que acudía en las temporadas estivales tras haber fijado su residencia en Madrid. La repercusión que tuvo entre sus lectores fue tal, que el mismo Alfonso XIII, en su honor, ordenó cambiar el nombre de este pueblo por el de Luzmela, aunque hoy en día de nuevo ha vuelto a denominarse con su nombre original. Además del anteriormente citado, la Real Academia de la Lengua le otorgó otros galardones como el “Premio Castillo de Chirel” por la obra Tierras del Aquilón, el “Premio Espinosa Cortina” por el drama en tres actos El Jayón, o el “Premio Cervantes”, en 1950 por Un valle en el mar. Otras obras suyas son: Despertar para morir, Agua de nieve, Ruecas de marfil, Mujeres del Quijote, La rosa de los vientos, Simientes, el Cáliz Rojo, La Virgen Prudente, Retaguardia, Esclavitud y Libertad, Casilda de Toledo (vida de Santa Casilda), sus famosos poemas en prosa publicados en Pastorelas o un inédito epistolario titulado El grande y secreto amor de Antonio Machado, entre otras muchas. Prolífica escritora, sus trabajos han sido numerosas veces reeditados y traducidos a idiomas como el Ingles, Francés, Alemán, Italiano, Portugués, Ruso, Sueco, Checo, Polaco y Holandés. Otros incluso fueron llevados al cine o la televisión como es el caso de Altar Mayor, Premio Nacional de Literatura en 1926 y en la que nos vamos a centrar en las siguientes líneas. La novela "Altar Mayor”.Los primeros capítulos de esta novela publicada por la Editorial Renacimiento de Madrid en el mes de julio de 1926 comenzaron a difundirse en el diario regional ovetense El Carbayón. Tal fue el éxito y la acogida que tuvo entre sus lectores que, ha día de hoy, existen más de diecisiete ediciones de distintas editoriales. Entre ellas las de algunos países como Argentina o México, donde tuvo gran aceptación debido a la enorme masa de personas de origen español que allí estaban emigradas. Para escribirla, como se documenta en varios números de la Revista Covadonga, órgano oficial del Cabildo, pasó largas temporadas en el Real Sitio y nada más ver la luz se acercó hasta el Santuario para darle gracias a la “Santina”, virgen a la que profesaba gran devoción. En el número 100 del 15 de agosto de 1926 de la entonces publicación quincenal, existen también testimonios fotográficos que nos confirman, a pie de foto, que pasó en Covadonga unos días, alojada en el Gran Hotel Pelayo, que se convierte en protagonista principal de la obra. Escrita en un lenguaje sencillo, en esta pueden diferenciarse perfectamente dos aspectos: la importancia que la escritora le da a la descripción del paisaje y el relato de una compasiva y tierna historia de amor. El argumento narra los amores entre Javier de la Escosura (típico señorito madrileño), y su prima Teresina, perteneciente a la rama pobre de la familia y natural de La Riera, pueblo cercano al Santuario de Covadonga, donde ella trabaja en la pequeña tienda de recuerdos que hay en el Hotel Pelayo. Javier llega de la capital a pasar una temporada en casa de sus tíos como prescripción médica para reponerse de sus persistentes fiebres depresivas, ya que los aires del campo le podían resultar beneficiosos. Allí se enamora de su prima y ante el altar de la Virgen de Covadonga le jura amor eterno, promesa que incumple ante los vanidosos intereses de su madre que consigue casarlo con la hija de la marquesa de Avilés. Ya repuesto de su dolencia regresa a Madrid, pero, pasado algún tiempo, Javier regresa a Covadonga y renueva la misma promesa tras resurgir el viejo amor que ya casi había desaparecido. El frágil temperamento y la poca iniciativa para la toma de decisiones de éste, ante las intenciones de su madre hacen perecer las ilusiones y esperanzas de una joven que también rechaza a Josefín, un noble mozo que siempre estuvo a su lado y a quien Teresina simplemente quería como a un hermano. Un día en el Gran Hotel Pelayo, donde se desarrolla casi por completo la obra, la madre de Javier se pone de acuerdo con Leonor, hija de la marquesa de Avilés, y preparan una excursión a la cueva del “Bustiu” (Que se encuentra subiendo por la carretera de los lagos, no confundir con la del Buxu). Una vez allí Leonor aprovecha para fingir una caída en la cueva y la dejan sola junto a Javier, mientras el resto de la expedición regresa al hotel a pedir ayuda y contar lo sucedido. Dejar la pareja a solas en aquel lugar es la forma que tienen de atrapar al joven por aquello del ¿qué dirán?. Es entonces cuando le obligan a comprometerse con Leonor y quitarle de la cabeza a su prima. Tras una atormentada boda, en la que en esa misma noche fallece la desposada, Javier no tiene donde buscar amparo mientras que Teresina sabe encontrar un firme apoyo en Josefín, aquel noble y firme mozo en el que la escritora ha querido simbolizar el alma recia y brava de Asturias, en cuyo corazón está enclavado el Santuario de Covadonga, “Altar Mayor” de España. La Película “Altar Mayor”. Tras el éxito cosechado por la novela, de la que en apenas dos años se llegan a publicar veintitrés mil ejemplares, en las tres primeras ediciones de la Editorial Renacimiento, existe la intención de llevarla al cine. Por este motivo, en el mes de julio de 1928 llegan hasta Covadonga la autora, Concha Espina, la periodista Sra. de Velarocho, la Marquesa de Argüelles, doña Concha Heres y doña Isabel Maqua. La expedición, por supuesto, estuvo en el Gran Hotel Pelayo, donde fue recibida por el director, don Enrique Álvarez Victorero, quien les agasajó con un suculento banquete y donde tomaron las oportunas notas tras haber recorrido las distintas dependencias. Sin embargo esta idea no fue llevada a cabo hasta unos años más tarde, una vez concluida la guerra civil. El proceso de grabación cinematográfica dio comienzo en 1942 y tuvo una enorme repercusión en toda Asturias. El hecho de filmar en Covadonga hizo que muchas personas se acercaran hasta el santo lugar con motivo de presenciar “in situ” el rodaje. Además de la curiosidad por saber cómo se efectuaban las películas que veían en los cines, existía la posibilidad de que fueran seleccionadas para trabajar como extra y ganarse de este modo unas “perras”. El rodaje se realizó casi íntegramente en el Gran Hotel Pelayo, donde se estableció todo el equipo de rodaje, sin embargo algunos actores estaban alojados en el Gran Hotel de Ribadesella y se trasladaban hasta allí todos los días para realizar las distintas tomas. “Avanza el Minerva estruendoso y jadeante…” Así comienza tanto de la novela como la película y en ese coche se ve llegar a Javier de la Escosura hasta la misma puerta del Gran Hotel Pelayo, enclavado en las montañas de Covadonga, donde trabaja su prima Teresina, personaje encarnado por la fabulosa actriz Maruchi Fresno quien realiza un papel encomiable lleno de candidez y ternura. El guión, en el que se refleja perfectamente el carácter y modo de vida de una tierra montañosa y provinciana, muy alejada de la capital de donde procede el señorito, fue adaptado por Margarita Robles y es fiel reflejo de la novela, aunque lógicamente resumido. La peculiaridad de los escenarios está en que todos son reales, no se realizaron en estudios ni siquiera las escenas interiores. Es el mismo Hotel Pelayo de los años cuarenta en el que puede verse la tienda de recuerdos, el cuadro de Pelayo de Madrazo, trasladado allí para la ocasión, el famoso y característico oso de madera que hoy sigue dando la bienvenida a los visitantes, la regia escalera barroca y señorial y hasta los salones y terrazas que nos recuerdan al estilo burgués y provinciano de la época. Es de resaltar la escena del “chigre” donde se cantan asturianadas y se escancia sidra. Rodada en el Merendero de Cangas de Onís, en ella aparecen conocidos personajes locales como Ania o una preciosa “chigrera” encarnada por Luisa la del Turismo, entre otros. También actuaron la popular “Fora” y Pedrito Menéndez, en la procesión de las antorchas, Josefina Díaz y Chelo Pérez en la recogida de manzanas o Angelita Muñiz en la boda con la que termina el film. Toda la película es un canto a las bellezas naturales de Asturias magníficamente plasmados por la mano del director de fotografía Isidoro Golderberger, que actúa bajo la acertada dirección de Gonzalo Delgrás. Cabe destacar el personaje de la solterona Adela, papel interpretado por la actriz Carmen Riazor, mientras que a Leonor le da vida una jovencísima María Dolores Pradera. En cuanto a los personajes masculinos de Josefín y Javier fueron interpretados por los actores José Suárez y Luis Peña, respectivamente; Fernando Fernández de Córdoba figura en el papel del canónigo don Elías; Luis de Arnedillo en el del doctor Yakub y Manuel de Juan en el de Santirso, director del hotel. Todo este “bien hacer” quedó reflejado a partir de 1943 en una película llena de premios, estrenos y reestrenos que estuvo en las pantallas españolas durante muchos años cosechando grandes éxitos y que para orgullo de los asturianos, y especialmente de los Cangueses, se titula “Altar Mayor”. Javier Remis La Escolanía de Covadonga Siempre que se habla de los orígenes de este coro de voces angelicales suele citarse como su fundador a quien fuera el primer arzobispo de Oviedo, don Francisco Javier Lauzurica y Torralba en 1951, pero lo cierto es que existió otro anterior que había sido creado por su predecesor. Los canónigos de Covadonga, para quienes rendirle honores a la Santina era una preocupación constante, sabían que con la creación de un coro en el real sitio darían un mayor realce a las celebraciones litúrgicas durante todo el año y no sólo en días de fiesta como se venía realizando hasta entonces. La pregunta era cómo llevar a cabo dicho proyecto y de qué forma financiarlo para que tuviera una continuidad ya que mantener un considerable grupo de niños durante todo el año, en período de posguerra, suponía un enorme esfuerzo que muy pocas arcas podían resistir. Hasta la guerra civil, celebraciones como la novena de la virgen eran amenizadas por las voces de grupos como los “Seises”, procedentes de Llanes, o la “Schola Cantorum”, dirigidos por el inolvidable don Marino Soria. Pero en Covadonga, según se desprende del acuerdo del Cabildo del 23 de octubre de 1939 ratificado en sesión del 21 de mayo del año siguiente, no es hasta una vez finalizada la contienda cuando comienza a crearse un pequeño grupo de voces formado por algunos estudiantes que, poco a poco, iban configurando la que más tarde se conocerá como Escolanía de Covadonga. Creada por el Obispo don Benjamín Arriba y Castro, en mayo de 1945 fue erigida como seminario menor por decreto del 30 de septiembre de 1946. Sus primeros alumnos fueron José Roque García González y José Antonio Muñiz, de Sama de Langreo y de Sama de Grao, respectivamente; Desiderio de la Fuente y Ramón Alonso Suárez, que llegaron de Cangas de Onís; Pedro Luis Gutiérrez, de Cofiño; Santiago Fernández López, de Arbón; Salvador Rodríguez Montoto, de Pendueles; Cecilio Fernández Testón y José Dosal Gómez, de Panes; Vicente Luis María García Herrero y José Andrés Menéndez Viejo, de Oviedo; José Antonio Vallina, de San Julián de los Prados; Paulino Suárez Salido y Gerardo García Vallina, de Noreña; José Antonio Sánchez Suárez, de Tiñana; Manuel Sierra Prado, Severino Sierra del Río, Antonio Medina González y Enrique Montes Álvarez, del Hogar de San José; y Jesús Rodríguez García, de Piñeres. Su primera sede fue en el edificio de “La Casona” (frente a la basílica y donde hoy se encuentra la Biblioteca y Sala Capitular). En la planta baja, a la derecha, estaba el comedor mientras que arriba, tras subir unas viejas y chillonas escaleras de madera, se encontraban las habitaciones. La primera obligación de los escolanos tras levantarse y el aseo personal era la de asistir a misa. A continuación comenzaban las clases como en cualquier colegio solo que, en este caso, la educación corría a cargo de las señoritas Teresianas. Tras la comida -por cierto, no muy abundante-, dormían la siesta y jugaban al balón hasta que de nuevo se reanudaban las clases. A última hora de la tarde iban a rezar el Ángelus a la basílica y les tocaba el ensayo que realizaban tras el altar. Todos los días este ritmo podía parecer agotador pero, lo cierto es que, también había tiempo para la diversión. En los recreos jugaban al fútbol con el canónigo don Manuel García, realizaban excursiones a la Cruz de Pelayo, a Orandi, a los Lagos o simplemente daban un paseo hasta el Repelao, La Riera o Llerices, pueblos a los que también se desplazaban para pedir prestados zurrones cuando tenían que representar alguna obra de teatro, sobre todo en Navidad. Su primer Rector fue don Amaro Alonso Campal (Abad del Santuario); su primer director artístico don Medardo Carreño Suárez (nacido en Oviedo, aunque él se consideraba de Candás); su preceptor don Julio Folledo; organista, el mallorquín Julián Samper; director espiritual don Manuel Loredo Somonte, (Magistral); Secretario de estudios, don Martín Andréu Valdés, (Canónigo Archivero); Administrador, don Alejandro Roces Nachón, (Beneficiado); Prefectos de disciplina eran don Domingo Caso Fernández (Canónigo), y don José González Merás (Beneficiado); mientras que su confesor era el entonces Coadjutor de Cangas de Onís, don José Tomás Díaz Caneja. Tres años más tarde, en el verano de 1948, interrumpió su actividad entre otras causas debido a la muerte de don Medardo y al traslado de algunos de sus alumnos al Seminario de Oviedo. Pero en 1951, gracias a la insistencia y empeño de un joven canónigo recién llegado a Covadonga y que años más tarde sería abad del santuario (don Emiliano de la Huerga), el Arzobispo de la diócesis don Francisco Javier Lauzurica y Torralba decidió crear una nueva escolanía. A partir de entonces su sede se ubicó en el antiguo “Mesón”, un viejo edificio del siglo XVIII situado en el Parque del Príncipe y que el arquitecto Javier García Lomas y el pintor Paulino Vicente se habían encargado de restaurar unos años antes. De esta nueva escolanía (veintitrés niños mas otros seis que se incorporaron posteriormente), se hizo cargo don Emilio Barriuso Fernández, quien contó con la estrecha colaboración de don Emiliano de la Huerga, encargado de desarrollar las pruebas de ingreso y de seleccionar las voces. El clima húmedo y frío de Covadonga hizo mella en la salud de Barriuso y al año siguiente fue sustituido por don Florentino Pérez Rebollar, a quien acompañaba como subdirector el sacerdote José Ramón Lobo Méndez (cesado el 29 de octubre de 1956 por haber sido llamado a ejercer de profesor en el Seminario Menor de Covadonga). Su puesto lo ocupó don Aladino Alonso y las pruebas de voz para la admisión de nuevos escolanos eran realizadas por el célebre músico don Alfredo de la Roza Campo, Director de la Schola Cantorum del Seminario de Oviedo. El 12 de abril de 1964 falleció don Francisco Javier Lauzurica y Torralba y su sustituto, don Vicente Enrique y Tarancón, nombró como nuevo director musical a don Fernando Menéndez Viejo. A partir de entonces el repertorio, que conjugaba lo profano con lo religioso, comienza a inclinarse más hacia temas litúrgicos como himnos, salmos o aclamaciones y proliferaron las actuaciones fuera del Santuario. Tanto en esta etapa, como en la anterior, la enseñanza estuvo en manos de las señoritas Teresianas y se veló especialmente por la higiene y el aseo personal. En este aspecto hemos de decir que algunas veces el ir a la ducha podía resultar reconfortante pero otras podía ser matador, según el turno que a uno le tocara. Por ello, las peleas por intentar ser el primero a ver si le tocaba a uno un poco de agua caliente eran la orden del día. En septiembre de 1968 Menéndez Viejo abandonó la dirección de la escolanía al incorporarse como coadjutor-organista a la parroquia de San Lorenzo de Gijón. La labor llevada a cabo por éste en Covadonga continuó dando sus frutos, incluso, a escasos meses de su marcha. El 7 de diciembre de ese año la escolanía ganó el primer premio en el V Concurso Provincial de Villancicos celebrado en la Delegación Provincial de Sindicatos, mérito que le dio el pasaporte para competir en el Certamen Nacional que se celebró en Madrid. En este quedaron primeros de grupo y accedieron a la final, en la que no llegaron a rendir satisfactoriamente debido a que el día anterior tuvieron un accidente de autobús cuando se dirigían a conocer el aeropuerto de Barajas. En ese mismo año fue nombrado Abad del Santuario don Emiliano de la Huerga y llegó, procedente de una parroquia de Mieres, don Ignacio Lajara, perfecto conocedor de la escolanía por haber cantado con esta en numerosas ocasiones y por haber sido integrante de la Schola Cantorum del Seminario. A partir de entonces se abrió otra nueva etapa en la formación musical que vino marcada por el cambio de ubicación de su sede. Se pasó del “Mesón” al edificio del Seminario (antiguo Hostal Favila). El tiempo de vacaciones de los niños, anteriormente reducido a unos días el día de la fiesta del pueblo y a la Navidad, se vio incrementado a un mes durante el verano y se racionalizó el canto de las bodas a un tope máximo de tres al día. (Con anterioridad hubo días en los que se llegaron a cantar hasta seis seguidas). La reforma de la Educación llevada a cabo en los años setenta trajo consigo la conversión de la Escolanía en Escuela-hogar y supuso la ampliación del centro a 60 plazas. Esto supuso un aumento considerable del número de empleados contratados por el Santuario para cuidar y educar a los niños mientras que por otro lado los ingresos se vieron reducidos por la anteriormente citada racionalización de bodas. La marcha de Lajara, debido a sus problemas de salud, hizo que durante un año la escolanía estuviera en manos de los alumnos más aventajados hasta la llegada de don Leoncio Diéguez Marcos. Fue en 1975, tras haber sido director de la escolanía del Valle de los Caídos y del Pilar de Zaragoza junto a un gran músico, compositor y organista, el Padre José Jordán, autor de los conocidos “Salmos Responsoriales” que todavía hoy se cantan en las celebraciones litúrgicas. Para ocupar la dirección, Diéguez, había expuesto una serie de condiciones entre las que se encontraban: que el director de la Escolanía debería ser Canónigo del Santuario (y no beneficiado), y que los escolanos tuvieran una oferta musical más amplia. Aquí se encontró con un grupo de 29 escolanos, estableció una semana de pruebas para los nuevos alumnos y se dedicó a reclutar niños visitando campamentos estivales hasta que consiguió formar un grupo de sesenta voces. A partir de entonces la Escolanía experimentó un avance extraordinario y los niños, además del piano, podían aprender a tocar otros instrumentos como el violín, el violonchelo o la flauta travesera. El prestigio musical de don Leoncio era más que conocido en toda la diócesis, éste contactó con el conservatorio de Oviedo para que unos cuantos profesores se acercaran, de vez en cuando, a impartir clases en Covadonga. A partir de entonces los niños tomaron sus estudios más en serio, llegando incluso a realizar competiciones entre ellos para ver quien era el mejor. Esta forma de competición hizo que los instrumentos no se tocaran por mera diversión o entretenimiento lo que les supuso a muchos de los alumnos adquirir un gran nivel musical y forjarse, posteriormente, un futuro profesional relacionado con el ámbito de la música ya que muchos de ellos hoy son directores de orquesta, profesores de Conservatorio, pianistas, organistas, violinistas y violonchelistas. De este modo, poco a poco, la escolanía se fue perfeccionando musicalmente llegando a alcanzar un alto nivel interpretativo. Tal fue así que, a comienzos de los años ochenta, los escolanos participaron junto a la Orquesta Sinfónica de Asturias, en el Teatro Campoamor, en óperas como Carmen, de Bizet, o la Bohème, de Puccini. También ofrecieron actuaciones en numerosos puntos de la geografía española como las llevadas a cabo en Oviedo, Gijón, Valencia, León, Huesca o Madrid (ésta última en el Teatro Real). Pero, sin duda alguna la actuación que marca la pauta, cuando a la hora de hablar de la escolanía de Covadonga se refiere, es la que ofreció el 26 de septiembre de 1987 en Bolonia (Italia,) dentro de un festival en el que interpretaron obras junto con el Coro de la Escala de Milán y la Orquesta Sinfónica de Londres, dirigida por Lorin Maazel. Entre el público asistente a este festival, además de numerosas personalidades del mundo de la cultura, se encontraban la Madre Teresa de Calcuta y S. S. el Papa Juan Pablo II. Sin duda alguna, este fue un recuerdo imborrable para quienes entonces eran escolanos. Muchos de estos, y hoy asiduos de Covadonga, cada vez que visitan la escolanía recuerdan aquel memorable acto que marcó la época más gloriosa de esta institución. Tras ser don Leoncio nombrado director del Conservatorio de Música de Oviedo se encargó de la escolanía uno de sus alumnos más aventajados, Juan Carlos Laria de la Maza quien continuó con la labor llevada a cabo por su predecesor, apoyado por éste desde Oviedo. Al cabo de unos años los conciertos se fueron reduciendo y la principal fuente de financiación (las bodas), apenas se cantaban. Maza, como hoy es conocido, estuvo cinco años de director musical, hasta 1993 fecha en la que un pariente suyo, Jorge de la Vega Laria, también antiguo escolano, se hace cargo de esta hasta la actualidad. Ambos habían estudiado juntos en la Schola Cantorum de la Catedral León y no perdieron el contacto con don Leoncio quien se trasladaba algún fin de semana o en épocas estivales a dirigir los ensayos, sobre todo en vísperas de alguna solemnidad. Durante esta última etapa de la formación las condiciones de los niños mejoraron notablemente. El edificio se reformó interiormente casi por completo y se adaptó a las necesidades actuales, las visitas de los padres así como las vacaciones eran más frecuentes, incluso son ampliadas si se tienen que quedar en el Santuario por alguna celebración. Nuevamente fue la ley de educación, en este caso la L.O.G.S.E., la que conlleva un profundo cambio en la vida de la escolanía. Los mayores que estudiaran secundaria deberían bajar a estudiar al Instituto de Cangas de Onís mientras que los de primaria recibirían las clases en Covadonga. Esto supuso un cambio en la dinámica de la institución ya que continuamente se debían de hacer reajustes en el tiempo y la distribución de los ensayos. Se dejaron de cantar bodas y rosarios. La única actividad diaria de los niños, musicalmente hablando, era el canto la Salve que tiene lugar al finalizar las Vísperas aunque también actuaban en las misas conventuales del sábado y de la mañana del domingo. Los conciertos fueron más locales y únicamente debemos resaltar actuaciones como las llevadas a cabo ante las ilustres visitas del Príncipe de Asturias y del Papa Juan Pablo II. El nombramiento como canónigo de la Catedral de Oviedo de don Leoncio hace que éste se desvincule totalmente de la escolanía, la cual se resiente no sólo musicalmente hablando, sino que también en el escaso número de alumnos que la componen. Todas estas causas, unidas a otros factores, hicieron mermar el nivel musical alcanzado hasta entonces. Hoy, para entrar a formar parte de la misma ya no es cuestión indispensable tener ciertas aptitudes o cualidades musicales (voz y oído), sino que, más bien, los niños están en el Santuario acogidos a modo de intentar inculcarles unos valores y hacer de ellos el día de mañana unas personas de bien. A pesar de ello se han vuelto a cantar bodas y realizar conciertos, incluso fuera de Covadonga. La componen un total de 28 alumnos y la formación académica corre a cargo del Ministerio de Educación y Ciencia, organismo del que reciben, respectivamente, estudios de Primaria y Secundaria en el Colegio Público Reconquista y en el Instituto Rey Pelayo de Cangas de Onís. Los estudios musicales de Solfeo y Teoría de la Música, Conjunto Vocal, Piano, Violín, Violonchelo y Contrabajo, así como la formación en el canto, son impartidos en la misma Escolanía por profesores titulados. Esperemos que las escasas voces de hoy en día se conviertan mañana en un numeroso grupo de escolanos que hagan de la música su actividad profesional para deleite de las muchas personas aficionadas a la música que se acercan hasta este Real Sitio de Covadonga.