El incendio de 1777 dejó la Cueva totalmente vacía, salvo los sepulcros de piedra. Entonces, por iniciativa del prócer tinetense Pedro Rodríguez, Conde de Campomanes, Carlos III dispuso que se construyera un gran templo diseñado por su arquitecto de Cámara Ventura Rodríguez. Éste vino a Covadonga y confeccionó el proyecto de un grandioso templo en estilo neoclásico delante de la gruta, englobando ésta dentro de su estructura. En 1781 se comenzaron las obras, pero con lentitud. Se retiró gran cantidad de tierra, abriendo la plazoleta que está ahora bajo la Cueva. Se construyó un dique y se encauzó el río por un canal subterráneo hasta el saliente redondo por donde salta trazando una cascada, llamada popularmente cola de caballo. La carencia de fondos y la oposición de los canónigos provocó que el 20 de octubre de 1792 quedaran interrumpidos los trabajos.
Unos años después, en 1820, se construyó hacia el fondo de la Cueva una capilla para el culto a la Virgen, llamada por su pequeñez el Humilladero. El humilde cuadrado de su blanca pared izquierda aparece en las pinturas de aquel tiempo. También en este momento se colocó una barandilla de madera como protección.
La génesis de un nuevo templo
En 1872 tuvo lugar la visita del obispo Benito Sanz y Forés, valenciano de origen. Se entristeció ante la pobreza y abandono que aparecían ante sus ojos. Dejó escrita su impresión: “Os confesamos que sentimos honda pena y, con el corazón oprimido, exclamamos una y otra vez: ¡Esto es Covadonga! ¡A esto ha quedado reducida la cuna de la restauración de España! ¡Esto es lo que recuerda los grandes beneficios de la Madre de Dios a los hijos de su nación querida y los gloriosos triunfos de aquellos héroes de nuestra historia! Las lágrimas asomaron a nuestros ojos y sentimos nacer en el corazón un deseo ardiente de reparar las ruinas de la casa de Dios y de María, y de levantar un monumento digno de Covadonga”. Decide al momento reconstruir todo dignamente.
Tendrá como colaboradores en tan atrevido proyecto al laborioso y tenaz canónigo Máximo de la Vega y al arqueólogo y dibujante alemán Roberto Frassinelli, figura polifacética que había fijado su residencia en Corao. Pero no van a seguir los planos de Ventura Rodríguez para un edificio levantado ante la abertura de la Cueva. Al contrario, se elige el cerro del Cueto que está frente a la gruta en la otra ladera del valle. Surgen ciertas críticas de la Real Academia de San Fernando y de la Sociedad Central de Arquitectos de Madrid, pero las obras siguen a pesar de todo. Luego, en 1883, Máximo de la Vega será nombrado por el Gobierno conservador del conjunto monumental de Covadonga, digno premio a su trabajo.
Para llevar a cabo la nueva construcción se debía reducir el montículo al nivel que hoy tiene la plaza de la Basílica y todo su entorno. En 1877 comienzan las obras del nuevo templo, acometiendo el colosal desmonte. El 22 de julio el Rey Alfonso XII inició la obra poniendo fuego a la mecha del barreno que arrancó los primeros bloques de la caliza del Cueto. Al fin, la acción demoledora removió más de 27.000 metros cúbicos de piedra. La mayor parte de ella fue arrojada hacia la caída norteña del cerro, originando una gran escombrera cerca del río. Ahora todavía se pueden distinguir los tremendos pedruscos entre los árboles del bosque que los cubre. No todo fue sencillo, pues, al profundizar el suelo para asegurar los cimientos, aparecieron oquedades que era preciso rellenar. Pese a todo, las obras para dejar despejado el terreno acabaron pronto, dejando un impresionante solar para el edificio proyectado.
La seguridad de una obra tan complicada exigía ordenar y conferir firmeza al conjunto de aquella plataforma básica. Esto motivó la construcción del muro almenado que circunda el perímetro del nuevo templo y, luego, también la plaza y las casas que están dentro del espacio inmediato. Este paredón en su desarrollo alcanza los 339 metros de longitud. En algunas partes su altura llega a los 12 metros. Desde la plaza corre paralelo a las paredes del templo, dejando un vistoso paseo entre éstas y las almenas de la pared exterior. Su vértice es el giro que realiza detrás de los ábsides. En el costado meridional quedaba un gran vacío entre el muro y la superficie del monte. Tal espacio se aprovechó para hacer allí la cripta, un inesperado complemento que mostrará enseguida su utilidad.
El 11 de septiembre de 1877 el obispo Sanz y Forés bendice y coloca la primera piedra. Ésta y las restantes que componen la estructura del templo, pertenecen a un tipo de roca caliza, rosada por su composición ferruginosa, que fue extraída de la cantera de Peñalba. Un numerosos grupo de canteros, peones y oficiales de obra vinieron a este lugar, que acrecentó temporalmente su población. Frassinelli realizó los planos del edificio, retocados luego por el arquitecto diocesano Lucas Palacio. En 1882, cuando ya estaba avanzada la cripta, Sanz y Forés es trasladado a la archidiócesis de Valladolid. Desde aquí, en 1889 irá a Sevilla, donde recibirá el capelo cardenalicio en el año 1893.
Parada y nuevo arranque de la obra
Esta ausencia hace que se interrumpan las obras, al parecer por falta de recursos. El obispo siguiente, Sebastián Herrero Espinosa de los Monteros, dirigió la diócesis poco tiempo, pues, llegado a Oviedo en 1882, fue trasladado a Córdoba en 1883. En este período no tomó ninguna decisión sobre la tarea de completar el templo, que apenas sobrepasaba los cimientos. Tal situación puso en peligro la continuidad de la obra. Otras catedrales iniciadas entonces, como la Almudena de Madrid y la Catedral Nueva de Vitoria, tuvieron que esperar un siglo para verse terminadas.
Aquí hubo más suerte. El 27 de junio del año 1884 entró en Oviedo como obispo Ramón Martínez Vigil, dominico natural de Tiñana (Siero). Enseguida reanuda las obras con energía y paciencia. La dirección técnica es ahora asumida por el arquitecto Francisco Aparici y Soriano, que modifica un tanto los planos de Frasinelli. En 1886 presenta el proyecto final, que Martínez Vigil aprueba y la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid alaba. El presupuesto alcanzaba a 1.226.120,21 pesetas. El 28 de julio vuelve a reanudarse con rapidez la actividad constructora. Aparici, residente en Madrid, toma como ayudantes al arquitecto Mauricio Jalvo y a otros, que permanecen a pie de fábrica.
Se concluyen las bóvedas de la cripta y en sus ventanas se colocan vidrieras de colores. A la vez, se construye la gran escalera desde la carretera hasta la plaza. En su descanso se abre una puerta hacia la cripta. El 15 de septiembre de 1891 se inauguró la capilla de este lugar. Aquí seguirá la celebración del culto hasta la consagración del nuevo templo.
Al mismo tiempo que se alzaba éste, se fueron realizando a lo largo de aquellos años diversos trabajos complementarios, aparte de los muros almenados de contención. En primer lugar, se edificaron nuevas casas para los canónigos y la Casona o Palacio Episcopal en la plaza frente al templo. El cementerio fue trasladado a su nuevo emplazamiento en la entonces carretera de los Lagos. También en 1886 se edificó la Casa-escuela en el Bosque del Príncipe, para responder a la mayor presencia de niños, debida al crecimiento de los habitantes. Tanta labor pudo llevarse a cabo por las ayudas recibidas de instituciones públicas y de donantes particulares, aunque los ricos de Asturias no fueron demasiado generosos, como lamenta Maximiliano Arboleya, sobrino de Martínez Vigil. Merece destacarse el apoyo del banquero Policarpo Herrero, que otorgó constantes créditos con las mayores facilidades.
Al fin, el día 9 de septiembre de 1901 es consagrado el nuevo templo por el obispo de Oviedo, Ramón Martínez Vigil y otros cuatro obispos. Tres son asturianos: Menéndez Conde, obispo de Tuy; Valdés Noriega, obispo de Jaca y Hevia Campomanes, obispo de Nueva Segovia. El cuarto es el obispo de Lugo Murcia López. Pronto, León XIII la enaltece a la categoría de Basílica menor. Esta dignidad se concede a templos que el Papa quiere especialmente honrar con un título que antes sólo poseían las siete basílicas mayores de Roma.
La alabanza que ha merecido su llamativa fábrica ha sido constante. Veamos algunos testimonios. El marqués de Lozoya en su Historia del Arte Hispánico afirma: “La obra capital de este cultísimo arquitecto, Francisco Aparici, fue la Colegiata de Nuestra Señora de Covadonga, cuya principal dificultad, el emplazamiento, constituye su principal belleza... la nobleza de sus proporciones hace de ella uno de los más bellos edificios que se construyeron en su tiempo en Europa”. Leopoldo Alas, Clarín, escribe en un Palique de 1894 estas palabras: “Covadonga, quiéralo o no el racionalismo ‘negativo’, tiene que representar dos grandes cosas: un gran patriotismo, el español, y una gran fe, la católica de los españoles que por su fe y su patria lucharon en Covadonga. Una catedral es el mejor monumento en estos riscos, altares de la patria”.
De este modo logró Covadonga disponer de una iglesia acorde con su historia y su categoría como Santuario más antiguo de España y más importante de Asturias. El emplazamiento sobre una plataforma rectangular, que en tres de sus lados se eleva y destaca sobre los valles que la circundan, permite su contemplación en integridad desde múltiples ángulos. Su concepción neorrománica no la dejó aplanada, sino que la agudeza de las torres y la fina longitud de contrafuertes y ventanas, le da un aspecto de elevación superior al que debía ser normal en sus medidas. Es fuerte y ligera. El entrelazo de sus capiteles y el giro de sus rosetones reflejan el baile de hojas y ramas en los bosques próximos. Contemplada desde lejos, no se abate sobre el suelo sino que parece iniciar un vuelo hacia lo alto. Sus piedras rosadas ofrecen tantos perfiles en resaltes y molduras, que más que reposo sugieren un hervor de líneas, apenas dominado por la negrura de los tejados. Su graciosa elegancia es un imán. Su existencia ha provocado un inmenso salto adelante. Es incalculable la influencia que la llegada de esta Basílica ha ejercido sobre el creciente relieve universal que hoy alcanza Covadonga.
XI. UN TEMPLO SINGULAR
Acercarse a la Basílica
El Cristianismo, desde su comienzo, se preocupó de los lugares donde pudieran reunirse los fieles para orar y celebrar, sobre todo, la eucaristía. Durante las persecuciones primitivas se reunían en las catacumbas o en casas particulares. Cuando el encuentro se repetía mucho en un lugar, éste acababa recibiendo el nombre de ecclesia, que significa ‘asamblea’, pues procede del verbo griego ekkaléô, que es igual a convocar. Hoy llamamos iglesia al lugar sagrado donde se reúnen los creyentes para orar, escuchar la Palabra de Dios y recibir los sacramentos. Intentaremos explicar cómo los elementos de la Basílica de Covadonga sirven a esta finalidad. Su imagen exterior muestra armonía de líneas y equilibrado juego de volúmenes. Nada agobia, sino todo sugiere finura. El suave color rosado de la caliza ferruginosa utilizada en sus paredes despierta una impresión de calidez.
La planta de la Basílica es una cruz latina con tres naves de 54 metros de longitud, separadas por seis arcos. Está dirigida hacia el Oriente, salida del Sol y lugar de Jerusalén, donde murió y resucitó el Señor. La elevada nave central avanza flanqueada por las dos laterales más bajas. Otra nave transversal forma el crucero. El templo culmina su desarrollo en tres ábsides bellísimos, con dominio relevante del central. Es imposible explicar todos sus elementos. Veamos los más importantes.
La fachada se alza sobre la plaza. La mínima plataforma que la eleva acrecienta la percepción en altura del conjunto. Destacan las dos torres simétricas de planta cuadrada y 40 metros de altura. La solidez de los dos tramos inferiores sostiene los campanarios con sus ocho ventanas. Sobre éstos la aguda elevación de los negros pináculos se compensa con los templetes de las esquinas. El triple pórtico de acceso sostiene una terraza con balaustrada decorada con canecillos. El hastial angular, coronado por una cruz, aparece rasgado por cinco ventanas alargadas que iluminan la nave central.
El pórtico está formado por una triple arcada, sostenida por haces de columnas coronadas por capiteles de muy elaborada factura, como todos los que coronan los pilares y numerosas columnas dentro y fuera del templo. En las paredes laterales del intermedio, o pequeño nártex, ante las puertas, figuran los bustos de los obispos constructores: Benito Sanz y Forés, a la derecha, y Ramón Martínez Vigil, a la izquierda, esculpidos por Mariano Benlliure, uno de los grandes escultores del siglo XX. En el tímpano sobre las puertas se cierne una imagen de la Virgen dentro de una mandorla con la expresión: DEFINITIO ASSUMPTIONIS. ANNO MCML, Definición de la Asunción. Año 1950. Las puertas de madera con herrajes están separadas por una columna, que ejerce como parteluz de piedra.
Al entrar, sorprende la solemne majestad de la nave central. Los magníficos pilares culminan en arcos levemente apuntados. Su tarea es sostener las bóvedas cuadrangulares. Bellos triforios corren sobre los arcos laterales, y las ventanas derraman su luz desde los tímpanos superiores. En el muro, que cierra la parte alta donde termina la nave central, presiden el espacio un gran crucifijo y dos escudos. Las naves laterales, notablemente más bajas, están separadas por sendas hileras de arcos. Sobre cada tramo se abre la correspondiente ventana. Las tres naves terminan en ábsides semicirculares con decoración finamente trabajada. A su final y a la derecha se abre la puerta de la cripta. Allí se encuentra el panteón de los Marqueses de Pidal, cuya actividad a favor de Covadonga fue decisiva en momentos clave para el interés del Santuario.
El crucero, de idéntica altura que la nave central, se prolonga en las sacristías y termina en doble hastial, que se abre en su parte superior por una ventana ocular. El lienzo inferior presenta un triple ajímez. En el centro del crucero pende una lámpara de oro donada por Federico Ortiz. En su brazo derecho está colocada una imagen de Santa Teresa de Jesús. En lo alto están izadas las banderas de todas las naciones de lengua hispana, como reconociendo que su fe y cultura cristiana tiene su último origen en la victoria de Covadonga.
En la pared izquierda del crucero está colocada una imagen de San José. Encima se sitúa el órgano nuevo y de altas calidades musicales, inaugurado en el año 2001. El anterior que, durante repetidas décadas, acompañó las funciones sagradas, estaba en el coro, pegado a la cara interna de la pared de la fachada, y que aún ahora cubre con los paramentos de su vieja madera los primeros pasos por la nave central.
Un interior para recogerse
Las tres naves del templo acaban en sus respectivos ábsides. Este término viene del griego apsís, que significa redondez. Ahora designa la parte del templo, abovedada y semicircular, que sobresale en su fachada posterior. Siempre tiene más relevancia el ábside central. Allí se hacen presentes el altar y el presbiterio, o lugar de los sacerdotes. Casi siempre ocupan su espacio retablos o imágenes. Es con frecuencia el lugar preferido para que el patrono presida el ámbito que lleva su nombre.
La Basílica de Covadonga está dotada de tres ábsides, proporcionales al tamaño de las naves que rematan. El central es semicircular y está coronado por una bóveda de crucería en piedra. Tres escalones lo elevan sobre el pavimento de la nave. En su piso se ha instalado el coro capitular de doble bancada. Sobre éste se despliega una hilera de ventanas alargadas, cuyos cristales de color, orientados hacia levante, son lámparas que fulgen brillantes todas las mañanas de Sol.
Desde la entrada del ábside, el altar mayor de oscuro mármol preside todas las actividades del templo, como calvario del sacrificio que se realiza en cada misa. Siguiendo la tradición de la iglesia primitiva, que celebraba la eucaristía sobre los sepulcros de los mártires, los altares suelen tener reliquias puestas dentro de una pequeña lápida llamada ara. Aquí, en la arqueta de plata, que recuerda la ovetense Caja de las Ágatas, realizada por el orfebre Carlos Álvarez, se guardan las reliquias de San Melchor de Quirós, primer santo asturiano, y de San Pedro Poveda, canónigo de Covadonga, fundador de las teresianas y primer santo que ha vivido aquí, donde está su reliquia.
Sobre las paredes que se levantan a los lados del altar, enriquecen la visión dos cuadros de gran tamaño, con temas relativos a Covadonga. A la derecha se contempla La proclamación de Pelayo, realizado por el historicista decimonónico Luis de Madrazo. Enfrente se eleva La Anunciación, pintada por Vicente Carducho, barroco italiano afincado en Madrid. Pertenecen al Patrimonio Nacional, que los tiene depositados en esta Basílica.
Ante el pilar del ábside en el lado de la epístola resplandece sobre un trono con relieves dorados una imagen sedente de la Virgen, obra de Juan Samsó. Antes, estuvo colocada al fondo sobre el coro y se percibía distante. El acercamiento permite apreciar su finura, gracia y espiritualidad. El modelo de esta figura es la Virgen de Covadonga venerada en la parroquia burgalesa de Cillaperlata, que es réplica de la imagen medieval que permaneció en la Cueva hasta el año 1777.
En el ábside izquierdo está el sagrario de plata, con la Cruz de la Victoria en su puerta y esmaltes con temas eucarísticos en los costados. El proyecto de conjunto es obra del arquitecto Javier García-Lomas. La cruz fue concebida por el artista Antonio Miranda y realizada en los talleres ovetenses de Pedro Álvarez. Aquí también está presente la imagen de San Melchor de Quirós. En el ábside derecho tiene su capilla San Pedro Poveda, primer santo vinculado a Covadonga, donde fue canónigo entre 1906 y 1913. Su expresiva imagen, que parece moverse hacia delante, fue bendecida e inaugurada el día 3 de junio del año 2007.
XII. LA MÚSICA EN EL SANTUARIO
La música ha sido cultivada con perfección y constancia perenne en Covadonga. Desde la Edad Media hubo aquí músicos, cantores y organistas. Los canónigos debían cantar cada día los salmos, las antífonas y los himnos del oficio, así como partes de la misa. Incluso las lecturas eran habitualmente cantadas. El pueblo de Asturias también creó coplas y cantos populares con temas referidos al Santuario. Pero ha sido en el siglo XX cuando la música tuvo aquí dos momentos de alta repercusión: el primero fue en el año 1918, cuando se compuso el himno oficial a la Virgen; el segundo, en 1950, cuando se fundó una institución dedicada específicamente al canto, la Escolanía, que desde entonces acompaña todas las celebraciones solemnes de la Basílica, y en ocasiones también ha presentado sus habilidades en otras partes.
Del alma popular han brotados expresiones literarias y musicales referidas a Covadonga. Aquí no cabe acumular una antología de las mismas, pero no se pueden omitir algunas muy conocidas:
Santa María,
en el cielo hay una estrella,
que a los asturianos guía.
La Virgen de Covadonga
ye pequeñina y galana
y, aunque baxara del cielo,
no hay pintor que la pintara.
Tengo dir a Covadonga
Con la mió neña en setiembre,
y llevái a la Santina
un ramín de palma verde.
Creación de un himno
Quizá el momento más destacable en la historia musical de Covadonga haya sido la convocatoria de un concurso para elegir su himno oficial. El motivo de tal proyecto fue la coronación canónica de la Virgen en el año 1918, que entonces se consideraba el duodécimo centenario de la batalla. Para el jurado calificador se escogieron figuras destacadas del panorama musical español, como Tomás Bretón, director el Conservatorio de Madrid, y dos profesores del mismo centro, Bartolomé Pérez Casas y Joaquín Larregla. El texto elegido había sido compuesto por el padre agustino Restituto del Valle Ruiz, destacada figura de la poesía religiosa.
Se presentaron tres composiciones aspirantes al triunfo. Fue premiada la partitura del himno actual, cuya música había sido compuesta por el claretiano Ignacio Busca de Sagastizábal. Los otros concursantes fueron José María Beobide y el padre jesuita Nemesio Otaño. Técnicamente parece que el libreto de Otaño ofrecía más alta perfección musical, pero era de interpretación más complicada y exigía órgano. En cambio el de Sagastizábal, también de elevada calidad, era más adecuado al uso por parte del pueblo. Los padres Restituto del Valle e Ignacio Busca ya habían ganado el concurso del himno para el Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Madrid en 1911, con el texto que comienza: Cantemos al Amor de los Amores.
Escolanía mariana
En 1945 el obispo Benjamín de Arriba y Castro abrió en el edificio del Mesón un Seminario-Escolanía. Su constructor fue el abad Campomanes, que dejó el testimonio en una lápida:
ESTE MESÓN SE HIZO
SIENDO ABAD EL SR.
DON NICOLÁS ANTONIO
CAMPOMANES SIERRA
Y OMAÑA. AÑO 1763.
Sirvió como albergue de peregrinos hasta finales del siglo XIX. Recibió luego diversos usos, antes de ser el hogar de los niños cantores.
La actual Escolanía debe su fundación en 1950 a la decisión del recién llegado obispo Francisco Javier Lauzurica y Torralba. El anterior espacio era insuficiente para las nuevas necesidades. Entonces el arquitecto Javier García Lomas lo amplió y adaptó para albergar a 30 escolanos con sus educadores y servidores. El pintor Paulino Vicente realizó allí uno de sus bellos frescos. En 1991, al crecer el número de cantores, fueron éstos trasladados al edificio del antiguo Hostal Favila. El Mesón recuperó entonces su función original de ofrecer hospedaje.
Este grupo coral brotó bajo la sombra tutelar de Nuestra Señora. En efecto, fue creado y vive en un santuario mariano. Además, su fundación coincide con el año 1950, cuando el Papa Pío XII definió el dogma de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos. De ahí que el lema que la define tenga contenido mariano: ASSUMPTAM ANGELI LAUDANT, Los ángeles alaban a la Asunta. Desde su comienzo, la dirección artística y espiritual de la Escolanía fue asumida por dos beneficiados de la Basílica. Los aspectos docentes o administrativos fueron atendidos por la Institución Teresiana, nacida en Covadonga a pocos metros del hogar de los escolanos.
Todos los días, al finalizar los cultos de la tarde en el Santuario, los escolanos proclaman con la finura de sus voces infantiles una triple invocación a la Virgen, que resuena con entusiasmo: “Madre mía de Covadonga, sálvame y salva a España”. El texto fue escrito por San Pedro Poveda, canónigo de esta Basílica. La melodía se atribuye al abad Emiliano de la Huerga, aunque hay otras opiniones. El acompañamiento de órgano fue compuesto por José Olaizola, gran pianista vasco, tío del Rector del Seminario Ignacio Olaizola, con quien pasó algunos veranos en Covadonga. Aparte de la atención al culto propio del Santuario, la Escolanía ha ejercido una intensa labor de difusión del canto religioso, popular o clásico, por toda Asturias participando en fiestas o conciertos.
Hoy los 50 niños que la componen cursan estudios de la Enseñanza Primaria y de la Enseñanza Secundaria Obligatoria. Aparte de seguir el ciclo educativo oficial, los escolanos reciben enseñanzas musicales, como solfeo y varios instrumentos. Sin embargo, el esfuerzo mayor se dedica al canto coral. Los educadores atienden también a su formación humana y cristiana, de modo que, al terminar su período en Covadonga y retornar a sus ambientes originales, sean personas capaces de responder adecuadamente a todas las responsabilidades que la sociedad les exija.
La semilla sembrada en los alumnos de este centro musical y educativo ha desbordado en muchos casos el tiempo de su permanencia en el Santuario. Un grupo numeroso de ellos ha logrado convertir la música aquí aprendida en la materia de su actividad profesional adulta. Muchos directores de coros o de orquesta, profesores de música o expertos en diversos instrumentos, han pasado su infancia en la Escolanía. Ésta, por tanto, ha desbordado la humildad de sus orígenes para alcanzar una resonancia de incalculable amplitud en la sublime tarea de difundir el arte al servicio de la fe.
(continuará)
Silverio Cerra (q.e.p.d.)