El camino rodado hacia la Basílica parte de la plazoleta bajo la Cueva y sigue la carretera, que progresa entre un imponente muro y los grandes árboles del Jardín del Príncipe. A medio camino, a la izquierda, sube una escalera de hierro hasta la calle que pasa ante la puerta del Hotel Pelayo. En la curva ya vemos encima la fuerte muralla que protege la meseta superior y el edificio de la Basílica. Unos metros más adelante, una amplia escalera de piedra nos permite acceder directamente a la plaza que se abre entre la fachada del templo y la Casa Capitular. Inmediatamente, hacia la izquierda se abre el acceso hacia el Hotel Pelayo, cuyo costado norte aparece ante nuestra mirada, y, siguiendo, se llega a la Colegiata y a la Casa de Ejercicios.
Avanzando un trecho, con la fachada posterior del Hotel a la izquierda, vemos cómo se cierne sobre nosotros la Campanona. Esta gran campana de bronce se fundió en el año 1900 en los hornos de Duro Felguera. Sus tres metros pesan cuatro toneladas. Recibió un premio en la Exposición Universal de París en 1901. El autor de sus relieves fue el escultor italiano Saverio Sortini. Sus donantes al Santuario fueron Sizzo-Noris, conde italiano, y Luis González Herrero. Las figuras en relieve que recorren su exterior representan escenas religiosas. Dos pilastras de piedra rojiza, que sostienen un triángulo de vigas reforzadas con aros de hierro, configuran el sólido bloque que la soporta. Una pieza de cuatro ángeles unidos engancha la campana a las barras metálicas que abrazan el vértice central de las vigas. Su plataforma, con una verja protectora de hierro, permite una magnífica visión panorámica de las casas, la Basílica y las montañas del entorno.
Después de la curva, se abre la grandiosa explanada del Hostal Favila con una farola en el centro. El círculo de piedra que la rodea es el eje de giro del tráfico rodado. Este espacio se despliega dominado desde el fondo por la fachada rectangular del hostal. Éste tuvo su comienzo en 1920. Luego, ante las dificultades económicas para continuar la obra, dos capitulares viajaron a los centros asturianos de América para pedir limosnas que ayudasen a terminar un albergue de carácter popular. El edificio, bajo dirección de los arquitectos García Lomas y Manchobas, fue concluido e inaugurado en 1931. Desde 1950 hasta 1968 estudiaron aquí los dos primeros cursos del Seminario Menor de Oviedo. En 1950 se construye su hermosa capilla con presbiterio semicircular y ábside decorado por Paulino Vicente. Durante varios años fue sede de los cursillos de verano de los seminaristas mayores. Hoy, la parte derecha es sede de la Escolanía y, en la otra mitad, expone el Museo de Covadonga sus colecciones.
A la izquierda de la explanada se eleva una meseta poblada de arbolado, con una escalera de piedra para subir hacia ella. En su centro está construido un hórreo, símbolo del mundo agrícola asturiano, dedicado a servicios de hostelería. Siguiendo el sendero hacia la izquierda, se accede al punto extremo de esta colina donde tiene su ubicación la Campanona.
Al fondo, se ha construido una torre con aire de fortaleza, que sirve para que la Guardia Civil permanezca cobijada en este espacio, desde el cual puede observar el trafico y atender a cualquier problema que surja. A la derecha de este edificio, empieza el camino que, cruzando el bosque, sube hasta Peñalba, cuyos prados y edificios se pueden ver cerrando el horizonte en un rellano que tiene un agudo cerro a su izquierda. En la parte derecha, al iniciarse este camino, se alarga un edificio de ladrillo. Es la Casa del Jardinero, destinada a vivienda, garaje, almacén y aseos.
Retornando hacia la Basílica, vemos una manzana de casas de habitación para los canónigos y otros servidores del Santuario. Las anteriores viviendas habían sido levantadas en el siglo XIX. El paso del tiempo y la irregularidad de las construcciones exigían una urgente renovación. Ya en 1928, al ser tiradas dos casas para ensanchar la espacio ante el Favila, se construyeron otras dos sobre el borde del Cueto, detrás del conjunto. Los edificios restantes fueron derruidos totalmente en 1961, siendo arquitecto del Santuario Javier García Lomas y su hermano Miguel Ángel García Lomas, Director General de Arquitectura en el Ministerio de la Vivienda.
Barridos los viejos inmuebles, se construyó, dejando más espacio para la avenida hacia la Basílica, una línea de ocho viviendas entre dos edificios mayores en sus extremos. El conjunto fue planificado teniendo como puntos de referencia al edificio basilical y al Hostal Favila, en cuyo espacio intermedio se iba a levantar. Se concibió un plan coherente y armónico para que en los edificios resultantes no desentonasen ni los materiales ni las formas. De este modo, la perspectiva final del bloque edificado no provoca disonancias sino encaja en el entorno por un adecuado uso de la piedra y el color. Allí se ubican hogares, tiendas, lavabos, teléfonos, correos y otros servicios. Se ha creado un deambulatorio bajo las viviendas, donde se pueden refugiar los peregrinos en caso de lluvia o sol intenso.
A la vez, partiendo de la vieja carretera, se creó una amplia avenida entre la explanada y la plaza de la Basílica. Se dispusieron aparcamientos y, sobre todo, una serie de jardines separados por pasillos que abren espacios de color y frescura entre tanta piedra. Esta impresión es reforzada por la fuente, construida en 1896, en medio de una masa arbórea, cuyo chorro sale de la boca de un león. Estas obras se completaron con mejoras sustanciales en la iluminación eléctrica, en el alcantarillado y en la traída de aguas con beneficio general para todo el vecindario de Covadonga.
La plaza ante la Basílica resultó también mejorada. Se cerró al tráfico. Se renovó el pavimento. Se edificó la nueva Casa Capitular, que comprende sala de conferencias, sala de estar, biblioteca y Salón de Recepciones, con decoración de Paulino Vicente. La fachada rectangular con sus sillarejos rosados y su perfecta simetría crea una impresión de fuerza. Cerca de la esquina izquierda, una placa, sujeta con cuatro clavos, recuerda la primera visita oficial a Covadonga de Don Felipe de Borbón, como Príncipe de Asturias:
S. A. R.
EL PRÍNCIPE DE ASTURIAS
DON FELIPE DE BORBÓN
VISITÓ EL REAL SITIO
DE COVADONGA,
CUNA DE LA RECONQUISTA DE ESPAÑA,
CON SS. MM. LOS REYES.
24, SEPTIEMBRE, 1980.
En el centro de la fachada, sobre la puerta, resaltan las grandes dimensiones de una moldura circular en relieve, rematada por una magnífica corona. Su cuerpo se divide en dos partes con un escudo en cada una. En la primera figura el blasón de España. La segunda corresponde al escudo propio de Covadonga sobre el que destacan la cruz de roble, exhibida en la batalla, y el anagrama de Nuestra Señora sobre la media luna invertida y con doce estrellas. Gerardo Zaragoza fue el tallista de esta joya pétrea.
El mismo escultor realizó la estatua en bronce de Pelayo que, a la izquierda de la plaza, se yergue sobre la montaña del fondo. En el plano superior del pedestal de piedra rosada, prisma cuadrado cuyos lados lisos y ángulos rectos reflejan dura firmeza, el jefe de los astures escondidos en los bosques de alrededor, espada en mano, se afirma sobre su pierna derecha, avanza la izquierda y, levantado el brazo, rechaza la oferta de rendición que le hizo don Opas. La respuesta que le gritó, aún resuena en las letras de bronce que corren por la franja que ciñe la piedra: “Nuestra esperanza está en Cristo y este pequeño monte será la salvación de España”. Detrás, sobre él, se alza la Cruz de la Victoria, cuyo metal cubrió en el año 908 la cruz de roble que le acompañó en la batalla.
Dominando su plaza, se eleva, fina y sólida, la fachada de la Basílica, escoltada por las dos grandes torres, que se describen en párrafos anteriores. Esta plaza y el paseo alrededor del templo ofrecen una tribuna para contemplar el paisaje circundante donde se entrecruzan rocas, bosques, prados, valles y montañas con mil combinaciones en sus líneas, formas y colores. Ninguna cámara fotográfica agotará los ángulos que se ofrecen. La contemplación lenta de este despliegue ofrece, en todas las estaciones del año, ocasión para sentir y vivir los encantos del mundo natural, que, al fin, son reflejos pálidos de la belleza infinita de Dios.
(continuará)