LOS CURSOS DE VERANO EN COVADONGA, LA MÚSICA Y OTRAS HIERBAS Teníamos ya unos 17 o 18 años (hablo de los años 1958-59), cursábamos primero de Filosofía y, cuando ya teníamos tomado el pulso a las vacaciones veraniegas, había que ponerse rumbo al seminario Menor de Covadonga en pleno verano -de primeros de julio al 9 de septiembre, sin falta-. Y eso se repetía cada año hasta terminar la carrera. Eran momentos de bastante plenitud en todos los sentidos. Rebosaba el Seminario de estudiantes –digamos ‘de vocaciones’-, los gastos extras que supondría para el obispado la estancia y manutención de 300 o 350 bocas, no suponía un especial dispendio, en definitiva, todo era A.M.D.G. y Dios proveería. Y, en efecto, la providencia no falló ni un año mientras nosotros estudiamos Filosofía y Teología (del 58 al 63). Lo cierto es que el Seminario en aquella etapa se parecía más al internado de un centro universitario de tipo inglés que, en lugar de reunir al alumnado en los campamentos de verano en Oxford o Cambridge, lo hacía en Covadonga. Y, digamos de paso, que ninguna universidad de la España de aquellos años tenía organizados los veranos como los tenía el Seminario de Oviedo. Fue, sin duda, para nosotros un privilegio. Sabemos bien, por descontado, cuáles eran las intenciones del obispado: apartar a los seminaristas de unas largas vacaciones veraniegas sometidos a la intemperie de un mundo cargado de tentaciones y peligros. A lo largo de aquellos meses veraniegos a los pies de la Santina, no faltaba nada desde cualquier punto de vista ya fuera cultural, espiritual, musical o deportivo. Sin descuidar ahora ninguno de los mencionados aspectos, quiero insistir algo más en el referente a la música por su llamativo relieve. Empiezo anotando que, cursando el primero curso de Filosofía, como ya indiqué, nuestras laringes ya había perdido el timbre atiplado de años anteriores y, si te acompañaba un aceptable oído musical y cierta definición y gracia en la entonación vocal, pasabas a formar parte de la Schola Cantorum, institución de gran prestigio en Asturias por aquel entonces ya que su repertorio vocal era especialmente cuidado por parte de su director, D. Alfredo de la Roza, y hay que advertir de paso que no había entonces en Asturias agrupaciones masculinas tan bien nutridas y bien dotadas vocalmente. La solemnidad de los cultos de Semana Santa en la Catedral de Oviedo quedaba especialmente subrayada con la intervención de la Schola. Los Salmos, los Responsorios, las Antífonas en versión gregoriana o polifónica se preparaban con auténtico primor. Pasaban por nuestras manos partituras de los mejores polifonistas: Victoria, Palestrina, Otaño, Aiblinger, Gabrieli, Orlando Lasso, etc. Era realmente respigante y causaba en nosotros una especial emoción preparar este repertorio en los ensayos y no digamos ya su muestra durante los oficios litúrgicos. Vamos a revisar ahora un poco el sistema de ensayos en Covadonga pues encerraba especiales connotaciones. Eran ensayos diarios en el salón de actos del Seminario y en muchas ocasiones se hacían al aire libre, en lo que llamábamos el “Repelaín”, un espacio de terreno más llano cercano a la carretera general y cercano a lo que hoy se llama “Las Llanas”, y que, curiosamente, hasta gozaba de bastante buena acústica (¡!). Allí recalábamos y allí hacíamos un ensayo, digamos, abierto al público pues muchos de los coches de visitantes al santuario detenían su marcha frente a los cantores y se deleitaban mientras D. Alfredo batía sus brazos en el aire, sugería matices o cortaba la marcha del ensayo con sus sonoras correcciones. Eran momentos inolvidables por muchas razones. Bien por el repertorio a base de obras civiles para un concierto o bien por el elenco sacro de motetes e himnos para la Novena de la Santina. En fin, un no parar diario que nos llenaba de satisfacción y que, en cierto modo, nos honraba hacer. Un capítulo no menos importante en esas situaciones era el descanso del ensayo. Los alumnos de los cursos superiores tenían permiso oficial para fumar. Los filósofos, no lo teníamos. Pero a rebufo de los cantores veteranos y de la especial situación, sin prefectos vigilando y con D. Alfredo, ¡gran fumador!, de cómplice nuestro, echábamos un “pitín” que prestaba por la vida, a la espera de llegar nosotros a los cursos superiores para poder dejar en el olvido estas restricciones. Musicalmente había también actividades lúdicas de especial ambiente y regocijo. Me refiero a lo que llamábamos Fuegos de Campamento, que eran, en realidad, sin fuego y sin campamento, aunque eso sí, se hacían por la noche, después de cenar, y eso daba mucho ambiente, pues nos reuníamos al completo en la explanada frente al edificio del seminario tanto alumnos como profesores. Las veladas de este tipo se celebraban una o dos veces en el verano y con distintos formatos de puesta en escena. De teloneros y rompiendo el fuego podían intervenir Viejo con canciones tirolesas o mejicanas y el tándem Viejo-Sabugueiro con alguna cancioncilla moderna a dúo acompañados a guitarra. Llegaba luego el turno de las parodias imitando personajes conocidos a cargo de José Antonio Cernuda, el “Carlos Latre” de aquella época. Se preparaban también a veces otros números graciosos alusivos a la cercana realidad que vivíamos (fue famosa “La Verbena de la Pulga” de nuestro genial y recientemente fallecido José Antonio Olivar, con fragmentos de “La Verbena de la Paloma” de Tomás Bretón y con Nieda y Flórez de actores protagonistas). El cierre de sesión consistía en un dialéctico lanzamiento melódico de puyas “bienintencionadas” con el famoso “Ocairí-ocairá”, el “Que tu-ru-ru-rú” o el “Carrascal (bis), qué bonita serenata…” de cuyas punzantes rimas cantadas sólo se libraba el Sr. Rector y el Sr. Arzobispo si asistían al Fuego, todos los demás podíamos ser objeto de un inocente y gracioso bombardeo verbal. Como rezan estos breves ejemplos: El Padre Daguerre, Misionero en el África central (Orden de los Padres Blancos), nos hablaba de su experiencia misionera. La noche en la que le tocó asistir al consiguiente “Fuego”, tuvo que escuchar este “Ocairí”: “Las cabras de Orandi/ se están preguntando, / ¿Quién es este chivo/ vestido de blanco?” Y al mismo misionero, en una de sus charlas, le dieron a probar unas avellanas. A lo largo de la charla siguió pidiendo más pues le estaban gustando. Se tomó nota y el gesto salió a relucir sin falta en la noche de autos con un “Que turururú”: “Alguna palabra/ en su apellido sobra:/ en vez de Daquerre/ debiera ser “Degorra”. (El autor o autores de esta puya con acertada rima e ingenioso juego de palabras, no sabría precisarlo ahora, pero seguro que estaba entre Nieda, Olivar, Fonseca el Polesu o Juan Luis Ruiz de la Peña, que eran “buenos” construyendo pareados de ataque con fuego amigo). El misionero no asimiló del todo bien la chanza y D. Manuel Fueyo, prefecto entonces de filósofos, avisó al grupo de escopeteros que fuera a pedir disculpas al Padre Blanco… Cuando a esta nuestra concentración veraniega llegaba el gran D. Pedro Sanmartín, sacerdote riojano, sabio, buen amigo y gran tenor, no podían faltar en los Fuegos sus dos canciones favoritas, “Por detrás” y “Dulce riojana”. Teníamos también cerca de nosotros casi los dos meses del verano a dos tíos de D. Ignacio, el Rector, a D. José Olaizola (organista y compositor) y a D. Gabriel Olaizola (cantante de ópera como bajo profundo). Era este último quien atendía -sui géneris- los aspectos de la emisión vocal a todos los cursillistas y relataba ampliamente sus aventuras operísticas. Unido a estos aspectos musicales del cursillo hay que unir los restantes contenidos culturales, como el estudio de lenguas modernas -francés e inglés- con profesores nativos. El estudio de la literatura contemporánea por D. Antonio de Lama, canónigo de León y profundo conocedor del tema. Un acercamiento al filósofo Spengler a través de su obra “La Decadencia de Occidente” con soporíferas conferencias por el jesuita padre Alejandro, S.J. (no estoy muy seguro de este nombre). El análisis y profundización en el séptimo arte a través de deliciosas sesiones de Cine-Forun dirigidas por José Mª Pérez Lozano, gran experto en la materia, gran periodista y gran cristiano, por cierto. No solían fallar tampoco las conferencias de Mons. Sagarmínaga inculcando espíritu misionero y solidaridad con el Tercer Mundo. En suma, el Seminario de entonces quería tener abierto al mundo un amplio ventanal con el que complementar y modernizar al futuro sacerdote. De alguna forma contrarrestaba un poco tanto estudio escolástico y, a la vez, procuraba acortar el período vacacional para alejarnos de los peligros del mundo, como ya indiqué al inicio. Y ahora me pregunto yo inocentemente: esa apertura y modernización venida de la mano de los cursos de verano en Covadonga, ¿no pudo haber significado un pequeño resquicio por el que se coló, junto a la gran conmoción del Vaticano II, el resfriado y la gripe de la secularización del clero? Vaya usted a saber… No me puedo resistir ahora a ilustrar un poco este cúmulo cariñoso de recuerdos con alguna de las piezas que aquella Schola Cantorum cantaba ya sea en la Semana Santa, ya sea en la Novena a la Santina. Seguro que supondrá un baño de nostalgia para quienes hayan vivido y saboreado aquellos momentos. Fernando Menéndez Viejo