POEMAS. OLIVAR (CONT.). (Cedidas por Fernando Menéndez Viejo antes de su muerte)
6.- SENTIDO DE CAMBIO Lejos de mí burlarme de la vida, de esta entera prisión en que aprisiono todo el convencimiento que quisiera tener, toda la hechura de un odio imprescindible que no alcanzo. La altura que levanto en mi pulso y mi voz se viene abajo si trazo algún intento de alegría. Sé de dolor oscuro por la clara sensación que él coloca en la armonía que para mí quisiera. Ciegamente me asciende una figura de recelo ante un saludo limpio, ante la sucia provocación que alienta en el ambiente. Ignoro a dónde iré. Pero conozco el punto en el que estoy y del que parto. Dejadme reposar. Yo duermo en calma rasa, en perenne paso de zozobra. Sólo la luz nos sirve si miramos la tiniebla exterior. Sirve la vida si sabemos morir decentemente. (Vivir es situación de negro trámite que pone claridad en el sentido de la muerte. Yo pongo aquí el camino a vuestros pies. Seguid el derrotero que exija la afición, si el desenfado es medida mortal en vuestras vidas). Llevo una herida a cuestas de los años que ni vienen ni van: quietos estaban mientras no puse a cambio toda idea. Estuve en varios climas. La mesa estaba limpia de esperanza en comer. Viví la nueva forma de risa y de descrédito. Sostuve que es preciso aguardar la primavera para, certeramente, aprenderse el sentido de las hojas que caen. En el campo latía una entera certeza de que la sangre estaba llegando hasta los bordes, y que saltar podía en cualquier caso la chispa maloliente de algún apagamiento
7.- RESUMEN PARCIAL Yo soy como un río sin agua y sin sol. Lento cauce seco. Las aves del miedo batieron sus alas en torno a mis brotes; secaron mi sangre; pusieron dureza en mis sienes que ya no trepidan. Mi orilla está yerma; mi luna pelada de luz. El latido del agua lo tengo olvidado. Y no queda hierba que pueda buscarse un alivio en la hondura de alguna raíz que persista entre el lodo y residuo de rota existencia. Yo soy el guijarro que avienta quien pasa, y se cae, y nunca pregunta, y encuentra acomodo en los brazos de un trozo de tierra cualquiera. Soy río con sed y silencio de piedra gastada por agua y pisada de pez, por fermentos. Soy fondo de un vaso de vino vacío, sin borde y señales de labio que aquí haya posado la sed. Si el agua estuviera sedienta de seca estructura, decir yo podría que sigo contando en el sitio de luz apretada y sin húmeda mueca de llanto, en la que me encuentro. Decid si hay ribera que pueda acunarme; si algún panorama es más lento que un río que muere. Estuve aguardando mi lluvia. Y he visto que el verde brillaba en los huertos ajenos. Y quise clamar, y no pude decir mi verdad a los clarividentes, los árboles esos, que hablaban de sombra y cobijo, de santa compaña, no cubren la tierra sin sal y sin luz de mi cuerpo. Aquí dejo dicha mi lucha; mi cruz y mi gloria. Yo voy y yo vengo a mi vida porque ella es la ermita de mi devoción, es el santo de claro milagro, por único y mío. Milagro de serme y saberme constante en el trazo de mi inconsistencia.
8.- SENDA PRIVADA Cuando amanece, nace la esperanza en otro amanecer. Muere la duda de que, a la tarde, no haya un nuevo ocaso; crece la fe en el sol y en sus designios. Desde que a solas voy, vengo poblándome de mi misma orfandad. Tengo por cierto que yo estaré con todos cuando a nadie retenga, cuando a todos entregue un trozo de mí mismo. No he de buscar la sombra de quien vive dentro de sí, vendido a la abundante penuria de su ser único y frío. Prefiero estar al sol. Sacadme vino y mantel, provisiones de constancia y sal para intentar darle a la vida con el gusto. Que esté tierna la hogaza de amistad. Necesito aire porque respiro incertidumbre, porque mi casa está deshabitándome, porque en el corazón no hay aposento que acoja y que perdure. Yo tuve una ilusión. Y fui ahogando en ella muchas más. Tuve el instinto por virtud terrenal. Y la constancia era el leve pecado que con gusto evitaba. Cuando subí al altar de mi memoria, sobre el ara encendida del recuerdo, crecía una canción: un miserere por la mitad exacta de mis días.
9.- COTIDIANO AMANECER Hoy me levanto en punto: compruebo que en mi sangre hay un náufrago. Hay alguien que se me viene ahogando desde el día en que nací. Llego a sentir el brillo de su grito y hasta un sabor a él hay en mi boca. (No, no quiero escupir porque podría escupirme a mí mismo a la cara). Me palpo y no encuentro, rebusco por el cuerpo y ya no sé qué ha sido de mí o dónde estoy. Hay mil peces de miedo corriendo por mis venas: yo soy dientes y acento y rostro y manos pero nada de todo eso es yo mismo completo: faltan piezas en mi rompecabezas. Y, aún juntándolas todas, tampoco estaría yo. Entonces dónde encontrarme, desde dónde hablo ahora mismo. Tal vez llevamos dentro del cuerpo una semilla de luz y y ésta se esconde cuando vas a apresarla. Me planto ante el espejo. Me miro. Sí, golpean los ojos mucho más que las manos, golpea más que una bofetada esta insolencia de querer descubrirme a cada instante, de intentar desprenderme de una llaga que, por humana, tiene todo el dolor caliente de la tierra. Y ¿por qué tendrá el mar envidia de mi sangre? ¿Por qué pretenderá andar de pie como anda ella en vez de conformarse con seguir por los siglos pegando dentelladas a la costa con sus dientes de espuma? No consigo aclararme: Aclarar este mundo es ir de cacería a oscuras, sin rastreo y sin saber dónde estarán las piezas a cobrar, ( o si existen o si estamos cazando o si son más de una. Puede que yo esté mal de la cabeza pero debo aferrarme a mi cerebro porque es el pensamiento piedra que desde siempre lleva el hombre en la mano en busca del gigante que debe derribar, en busca del enigma que ha de romper, aunque tan sólo sea para pedirle cuentas del porqué de esta piedra que nos ha encomendado. Cuando le cuente al árbol lo que me está pasando, él me va a comprender, porque es el árbol todo un hombre y entiende de aguantar, y, también como el hombre, él crece hacia la tierra, -no solamente avanza hacia lo alto-. el árbol con sus ramas como manos de náufrago, se agarra al cielo, y ellas son raíces que le sacan la savia al sol y al aire, buscando alimentar las otras ramas que andan en la noche de la tierra. Él me comprende, sí: los dos somos amigos contra el tiempo. El tiempo es quien ni crece, ni mengua ni pregunta. Tiene un cuerpo con carne de indiferente estatua, y piensa durar más que su propio esqueleto. Por eso no me queda ni el consuelo de sentarme a la puerta de mi casa -y a la sombra del árbol compañero-: nunca veré pasar el gran cadáver de mi enemigo el tiempo.
10.- INDICIO DE SENDA Y DE FE Aquí, la sola mano, abierta y en pregunta sin respuesta precisa, alzada como mástil sobre mar y marea bajo el cielo en inclemencia y olas, inquiriendo sin saber si una costa existe. Sólo mano levantada y gritando más que una voz. Creedme. Rompe en aldabonazos la humana marejada de los dedos. Sentidla como un inmenso tajo de luz entre mil sombras. La mano, aprisionada por duda y por salida, cerrada a cal y santo acatamiento. Pero, rebelde, aupada en el sitio preciso, por humano; en la precisa grieta, por sincera. Nada impresiona tanto como una mano si, constante, toca. Nada como un silencio cuando a gritos inquiere por entre un vocerío sin veta de razones. En el embarcadero romper fuertes las horas entre espuma de agobio y zozobra de espera. Un ruido de resaca las aguas de la carne puerto a puerto recorre y no deja alma en calma. Nuevamente la mano. La entera arboladura de sus dedos vocea toda la angustia izada sin un viento a favor, sin sol que más caliente que otra cosa. Sentidla. Sentíos en la brega de una noche sin pesca, y mirar desolado como una red vacía, como una huida llena de sinrazón, y atisbo de jamás encontrarla. ¿Será que no nos llaman desde ninguna parte porque todas las voces nos llegan desde adentro? ¿Residirá en nosotros la raíz del mensaje -por qué decir mensaje; mejor: recado, aviso-? Si está todo en nosotros, ¿sólo resta ordenarlo? ¿se habrán equivocado y puesto en nuestras manos, entre el mundo y la frente, un útil de pensar que no nos corresponde o que nos sobrepasa? En tal caso el error sería imperdonable. desproporción y golpe. La primera en la frente, no hay duda, porque todo lo inundaría; todo, como un alto juguete que se le da a un niño y que no sabe usarlo. Pero ocurre que acosa la añoranza o la intemperie; que algo se llama amor o lucha o desencanto para vuelta a empezar. Se quiebra un jarro, y acaso una ilusión con él. En olas aletea la piedra o las conciencias. Algún vientre se rasga. Brotan brumas de miedo o de placer. Sordo ruido de arena tritura la quietud, canta armonía y anuncia un litoral de latitudes de joven mundo bajo mundo viejo. Entre el amor y el odio, todo en la vida es arco y, en su tensión, nos dice que existe una salida. Alzad vuestra pregunta. Plantadla como trigo buscando un sol que ciegue la vida en cereal desenvoltura, y que, en dolor y en duda, quede el alma espigada. Porque sólo admitimos si, tercos, preguntamos. Sólo reconocemos entre llamada y duda. No hay un lagar de pulpa más secreta que cuando la pregunta es exprimida con buena voluntad y trato bueno. No hay una luz mejor que la que no acertamos de una vez a encender porque nos cegaría.
11.- PALABRA HECHA CARNE Pero Tú un día hablaste no con palabras que se lleva el viento: de tu boca no salen los sonidos sino la realidad total: Hablaste con Palabra hecha carne y sangre, y en un sitio concreto en una fecha determinada. Luego a esa Palabra la llamaste Jesús. Él fue creciendo en edad y sabiduría ante los de su pueblo y ante Ti. Todos saben lo que pasó después: habló de frente, claro y hasta el fondo, y su Palabra molestó a las élites. Al final, fue un vulgar crucificado. …. Mas resucitó un día asido a la Palabra que Tú le habías sembrado. Y hoy sigue hablando, hablando… por la boca de todos los que creen en él. Hoy sigue hablando: Nadie puede decir que Tú eres un Dios mudo.
12.- OTROS DIOSES Señor, tal vez ignores (aunque lo sepas todo) que por la tierra abundan otros dioses que te vienen haciendo la más escandalosa y burda competencia: El dios de la costumbre (nadie debe salirse de las normas sociales: nos vigilan los familiares santos del qué dirán). La Técnica y la Ciencia -Júpiteres tonantes- con su galimatías de hipótesis y cálculos, que tienen sus capillas para el diario rosario del electrodoméstico, y elevan catedrales nucleares, templos de factorías, santuarios que investigan…… La diosa economía y su evangelio radiado en la más alta y más larga frecuencia de confusión para que nunca el vulgo pueda entender, y, así, no se les rompa el cristal del embauco……. El dios del psicoanálisis, con sus brazos de traumas, y su debilidad por un diván sobre el que va vertiendo el sentido de culpa, los más extravagantes racimos de recuerdos y de motivaciones……. El dios de la informática que todo lo controla, y que lo prevé todo…. con brutal providencia para que ni el más leve aleteo del ansia de libertad se escape a sus tentáculos……. El dios del curandero, que apela al sortilegio, y complica a las plantas, al agua y la palabra entrando por el hueco que la ignorancia deja en sus clientes…… El dios de la política, y sus declaraciones de principios, su juego de liar lo enredado, y cabalgar a lomos del miedo o de la falta de información total de lo que pasa……
13.- DIOS DE TODA EDAD Tú no eres el anciano de larga barba blanca que siempre nos pintaron para hacerte, si cabe, más distante; tampoco logro verte como el Dios-Policía, castigo en ristre y ley tallada en piedra. Eres joven: por Ti no pasa el tiempo. (¡qué maravilla! ¡cómo te conservas!). Y para comprenderte mejor, para tomarte más en serio pienso que cada humano debiera imaginarte de su edad. Niño entre muchos niños, te veo por los parques del mundo: tan travieso como ellos, y escondiéndoles a veces la pelota. Y te presiento joven en cada modo y época: uno más en pandilla, soñando mil proyectos, viendo cómo por dentro se va asomando el hombre. Alcanzo a divisarte hombre maduro con hogar, sueldo escaso y abundantes problemas, con el horario fijo y el dolor a deshora. Y también te adivino en los callados bancos donde tristes ancianos con la vista cansada desgranan los recuerdos de un ayer que se ha vuelto arrugas y nostalgia. Mejor que aquel anciano de larga barba blanca estás así: más nuestro, más humano: te entendemos mejor. Aunque sabemos que tú, por ser eterno, nunca has tenido edad. Y… que, por ser Espíritu, nadie te ha visto nunca… pues careces de cuerpo.
14.- UN DIOS SERIO Yo sé que tú no eres un dios que ama el jolgorio del efectismo fácil, ni el llamar la atención con mil milagrerías. No, no te gusta impresionar al hombre porque, en el fondo, eres hasta infinitamente sencillo. A Ti te gusta pasar siempre desapercibido. Tú vas mostrando tu grandeza afirmando la grandeza de cada día. Hiciste el mundo pleno, redondo, y no permites que tus milagros sean mirados como parche a algo que se rompe o que se agrieta: íntegro está tu mundo y el orden que impusiste. No quieres ser un Dios prestidigitador. Y tu mayor milagro está en la maravilla diaria del Universo que gira, en consistencia, y, a la vez, es la Voz de ese milagro inmenso que es la vida.
15.- PROFETAS Todo le falta al mundo si le faltan profetas. Es la tierra estación a la que, a diario, se acercan unos trenes de largo -de infinito- recorrido. En ellos van llegando, en largas oleadas, en manadas de llanto y nacimientos la vida que se anima y alborota en el andén. A veces viene entre los viajeros, mezclado entre el tumulto, alguien que, además de su nombre y apellido, es algo más: profeta. Y llega con encargo, con misión de recordarnos el porqué y el para qué de la vida; a repetirnos que alguna vez el tren saldrá y tendremos que tener bien dispuesto el equipaje (el amor, en su sitio; la esperanza, impecable como corbata para una gran fiesta, la fe, en la mano porque es el billete que nos van a pedir): todos tendremos que volver al origen, dejando la estación en la que estamos. Un profeta es un hombre de cuerpo entero, de una sola pieza. Y él se la juega siempre. Tan sólo se distingue del resto de los hombres por su razón de ser un testimonio vivo de le Verdad. Navega a contratiempo y contra río, contra viento y marea. El no habla por sí mismo (le presta a Dios la frágil consistencia de su humana garganta). El profeta es un hombre que sueña un hijo, y planta su voz como árbol a la puerta de su casa; funda un sencillo río y lava en él sus ramas para quitarse el polvo de su humana andadura. Dios envía al profeta; llega éste bajo el signo de la persecución… porque comete la la insolencia de aclararse en la verdad, de adelantarse al tiempo y a las mediocridades. Y eso no lo perdonan los demás. ¿Dónde estará el profeta de nuestro tiempo, dónde? ¿Se habrá olvidado Dios de hacernos tan urgente envío? ¿Va a pasar igual que siempre … que ya está entre nosotros… y no lo conocemos? Dinos. Señor quién grita en esta hora tu verdad entre tanta vocinglera expresión; por qué señal sacarlo, qué contraseña lleva. ¿Dónde está la señal por la que, al fin, podemos distinguir esa voz insobornable de tanto inútil eco? Envíanos, Señor, la lluvia siempre a punto -bien rezada y ganada- de un profeta que levante su voz sobre la arboladura del humano saber, que se interponga entre guerra y dolor, y que quebrante el horroroso estrago de la intriga. Entre tanta sequía y soledad, entre tanta amargura y llanto tanto, pon Tú sobre los labios sedientos de esta tierra la clara gota de agua de un profeta.